lunes, mayo 31, 1993

Enrique Leff, teórico ambientalista mexicano

El papel del ecologismo en la construcción de una democracia ambiental

Por Cristian Sotomayor Demuth

Con voz grave, profunda, habla lentamente pero casi sin pausas. Enrique Leff es un mexicano con pinta de gringo. Viste estricto terno y corbata, aunque por debajo de la manga asoma una delgada pulsera artesanal que lo delata. Y es que su generación es la del mayo francés, de la revolución de las flores y del hippismo. El mismo fue dirigente estudiantil del movimiento de 1968 en México, ése que tuvo un trágico descenlace con la matanza de jóvenes por fuerzas militares en la plaza de Tlatelolco.
Esa época le significó un drástico giro que cambiaría totalmente el rumbo de su vida. De la preocupación por temas técnicos restringidos, propios de su carrera de Ingeniería Química, pasó a interesarse ciento por ciento en la cuestión social. Por ello, sus estudios de postgrado en Francia los realizó en Ciencias Sociales. Es allí donde, en 1969, conoció los planteamientos del ecodesarrollo, debido a los preparativos de la primera Conferencia Mundial sobre Medioambiente, que se llevaría a cabo en Estocolomo en 1972.
Una vez terminados sus estudios, volvió a México y fue contratado por la Universidad Nacional Autónoma, lugar en que realiza su producción teórica acerca de la ecología, la crisis ambiental y la democracia. Desde hace seis años está encargado de coordinar la Red de Formación Ambiental para América Latina y el Caribe, iniciativa del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), cuya sede se encuentra en Ciudad de México. Su función es asesorar a gobiernos, universidades y a la sociedad civil para efectuar actividades formativas, entendidas como proceso de generación de nuevo conocimiento a través de los valores del medioambiente y del desarrollo sustentable.
En este asunto el canelo lo encontró en Santiago en marzo pasado, en el edificio de la Cepal, participando en la octava Reunión Ministerial sobre el Medioambiente en América Latina y el Caribe, de la cual la Red de Formación Ambiental conforma uno de los programas prioritarios. Como buen funcionario internacional que es, insistió en que sus respuestas son sólo a título personal. Aquí van.

-Actualmente se señala que Chile y México son modelos entre los países en vías de desarrollo. ¿Cree usted que efectivamente el modelo aplicado en estas dos naciones es ejemplo que debiera ser imitado por el resto de los países del tercer mundo?


-Yo no creo que las políticas económicas exitosas sean modelos para exportación. Las experiencias de Chile y México han sido exitosas ya que en un caso han reactivado el crecimiento económico y en el otro han estabilizado la inflación; pero antes que verlos como una panacea, habría que analizar las condiciones que permitieron el éxito de esas políticas de ajuste; sus efectos en el empleo, en la distribución regresiva del ingreso y en el avance de la pobreza, así como las condiciones para que éstas transiten hacia un proceso sostenido de desarrollo sustentable y equitativo. El éxito en el corto plazo de estas políticas no garantiza de antemano lo anterior; la estabilización monetaria no se ha traducido claramente en la reactivación de las inversiones productivas, en una reconversión industrial hacia tecnologías limpias, en un ordenamiento ecológico de la producción ni en la gestión participativa de la población rural y de la ciudadanía de sus recursos ambientales. La estabilización monetaria tiende a darse a costa de una mayor polarización y una concentración del ingreso, de una concentración de los capitales y las inversiones a costa de las pequeñas y medianas empresas, de un descenso de los salarios reales de las clases medias y un incremento de la pobreza y la miseria crítica. Por su parte, no está probado que las políticas neoliberales sean las únicas ni las mejores para valorizar y potenciar el patrimonio de recursos naturales y culturales de los pueblos de América Latina y para promover el desarrollo sustentable. Dudo que la liberalización del comercio y mecanismos ciegos del mercado sean capaces por sí solos de reestablecer los equilibrios ecológicos y la justicia social, por lo que es necesario explorar otras estrategias y políticas para poner en práctica los principios de la gestión ambiental y la construcción de una racionalidad productiva alternativa.

-En nuestro país, gobierno y empresarios están empeñados en convencernos de que el modelo de desarrollo vigente puede ser sustentable. ¿Es ello una desvirtuación del concepto original de desarrollo sustentable expuesto por la Comisión Bruntland?

-No creo que el interés de los gobiernos y los empresarios por apropiarse el concepto de desarrollo sustentable dentro del modo de desarrollo vigente desvirtúe el concepto formulado por la Comsión Bruntland. En realidad no es sino una consecuencia de un proceso que ya se perfilaba en Nuestro Futuro Común, como un propósito de subsumir y normalizar la cuestión ambiental dentro de la racionalidad económica y productiva dominante. Claro, todo ello sin negar las reivindicaciones de la sociedad por una mayor democracia y participación, y reconociendo los nuevos derechos ambientales, incluyendo los de las poblaciones indígenas y las demandas de equidad de los países del sur en los procesos de globalización económica. Con los trabajos de la Comisión Bruntland se buscaba diagnosticar hacia mediados de los 80 el avance de las políticas ambientales para revertir los procesos crecientes de degradación que se fueron acentuando desde la Conferencia de Estocolmo y la emergencia de nuevos problemas ambientales. Pero al mismo tiempo, la recesión económica de los años 80 y la crisis de la deuda financiera de los países del sur (principalmente de América Latina) hacían aparecer al problema económico como más apremiante que el deterioro ambiental.
"Al no percibir claramente las interdependencias entre esa racionalidad económica y la degradación ambiental, al no poder imaginar una racionalidad alternativa capaz de potenciar e integrar a los procesos ecosistemáticos conservadores y productores de recursos en estilos alternativos de desarrollo, la tendencia dominante ha sido conjugar el binomio medioambiente y desarrollo dentro de la racionalidad económica dominante. De esta forma se ha impuesto una visión neoliberal del concepto de desarrollo sostenible que busca convencer que las leyes del mercado y el libre comercio son los mecanismos más idóneos para promover el reestablecimiento de los equilibrios ecológicos y la equidad social, como si éstos no hubieran guiado anteriormente un crecimiento económico antinatura y generado un ambiente degradado como externalidad del sistema económico. Este discurso dominante del desarrollo sostenible busca desplazar al discurso crítico y propositivo del ambientalismo".

-¿Se han puesto realmente verdes los empresarios latinoamericanos o se trata aún de la utilización del discurso ecológico como herramienta de marketing?

-Se percibe una presión hacia la reconversión tecnológica en las industrias, hacia el desarrollo de tecnologías limpias, pero como ello implica un costo que habría que descontar de la tasa de ganancia, el cambio es lento, y como en algunos casos es reemplazado por procesos de simulación, por disfraces ideológicos, aparecen como parapeto ante los embates del ambientalismo, más que como una herramienta de marketing. Aunque hay que reconocer también la emergencia de nuevas ramas de la industria productora de productos "ecológicos" y biodegradables y no faltan los intentos de mostrar en la práctica que el ambiente es una oportunidad más que un costo de la producción.
"El ambientalismo se ha convertido en un juicio ético y una normativa del Estado, cuyas sanciones jurídicas y morales buscan evitar los empresarios. En todo caso, sea por la presión social sobre las conciencias, sea por la aplicación de normas ecológicas, los empresarios latinoamericanos se están viendo presionados a disminuir sus impactos negativos sobre el medioambiente y a sumarse a la corriente de cambios hacia el desarrollo sustentable; es un proceso de intereses contradictorios, donde se contraponen los valores del ambiente a la compulsión hacia la maximización de la ganancia por la vía de la sobreexplotación de la naturaleza".

-Después de la Cumbre de Río se ha visto un intento por controlar y "domesticar" la movilización ecologista por parte de los organismos públicos e intergubernamentales. La experiencia de los movimientos sociales cooptados por los aparatos político-estatales muestra cómo esas ansias de cambio terminan siendo aplacadas. ¿Le parece que sea así? ¿Cuál es el rol de las Naciones Unidas en este fenómeno?

-El intento por "controlar y domesticar" la movilización ecologista por parte del Estado y los organismos internacionales es anterior a la Cumbre de Río y es resultado de las luchas de poder entre el Estado y los intereses establecidos frente a la expresión y manifestaciones de disidencia y el cuestionamiento de la sociedad civil organizada en torno a los problemas ambientales. Yo diría que hasta cierto punto es un hecho político normal. Lo que allí se pone en juego son las estrategias de poder de los poderes establecidos frente a las estrategias de transformación del movimiento ambientalista, y donde no cabe juzgar la falta de paternalismo o proteccionismo del Estado hacia los grupos ecologistas: son ellos los que deben definir sus estrategias de poder, su sentido transformador y sus luchas de resistencia frente a la capacidad cooptadora o dominadora de los poderes establecidos. Es el propio movimiento el que debe mostrar su eficacia en la participación de la sociedad en la gestión de los recursos ambientales.
"Las Naciones Unidas han reconocido la demanda de la sociedad civil de participar en los procesos de toma de decisiones y en los cambios políticos de nuestro tiempo. El Pnuma creó así un foro que vincula a diversos organismos no gubernamentales e instituyó el premio Global 500 para reconocer e impulsar las acciones y proyectos ambientales de investigadores y grupos de la sociedad civil. Sin embargo, no compete a las Naciones Unidas intervenir en los procesos políticos internos de los países, donde se está definiendo el papel del movimiento ambiental y del Estado en la transición hacia la democracia y el desarrollo sustentable".

-El catedrático español Antonio Colomer, en una ponencia que publicó el canelo, afirmó que "hoy vemos unas sociedades donde el tejido asociativo está absolutamente desarticulado y donde el crecimiento opresivo de las estructuras del Estado es cada vez mayor". ¿Coincide usted con este diagnóstico?¿Cómo se relaciona con esta problemática el tema de "ecología y democracia"?

-Pienso que habría que matizar ese supuesto carácter crecientemente opresivo del Estado, y su acción desarticuladora del tejido social. Esto sobre todo cuando se está avanzando (no sin contradicciones y retrocesos) en una tendencia hacia la democracia en América Latina, que busca dejar en el pasado los regímenes totalitarios, autoritarios y dictatoriales que han prevalecido en muchos países de la región. Sin embargo, la globalización de la economía y su penetración en todos los intersticios de la sociedad, han transformado muchas formas de vínculo social, de identidad cultural, de arraigo a prácticas tradicionales de producción, comunicación, convivencia, creando un nuevo tejido social cohesionado en torno a los valores del mercado y la globalidad. De allí surge una respuesta social por la democracia, por la descentralización económica, por la diversidad cultural y por la desconcentración de los poderes homogenizantes. Es este nuevo tejido social el que se encuentra desarticulado en espacios de solidaridad local y democracia restringida. Esto no sólo se debe a una voluntad desarticuladora del Estado, sino a las estrategias del propio movimiento ambiental. El ecologismo se manifiesta crítico de los poderes establecidos y prudente ante cualquier forma de asociación con el Estado y con los partidos políticos. De esta forma ha definido sus estrategias de poder en espacios locales y restringidos de actuación; en muchos casos se viene manifestando como un movimiento reactivo y denunciativo, más que como un movimiento orientado a construir una nueva racionalidad social y productiva y a constituir un frente común que articule esas acciones locales en nuevas formas solidarias de asociación a nivel global.
"El que el Estado esté en vías de democratización y de adelgazamiento, no implica que esté dispuesto a ceder el poder centralizado hacia las iniciativas descentradas y los poderes locales de la sociedad. Estamos viviendo las controversias y disyuntivas de la flexibilización y fraccionamiento de los grandes poderes federados frente a las demandas de autonomías nacionales, regionales, locales y religiosas, cuyos riesgos han puesto de relieve la crisis y transformación de los países de Europa del Este".
"Toca al propio movimiento ecologista, en su proceso emancipatorio, transitar de su revuelta contra el autoritarismo del Estado y de su papel reactivo, hacia la elaboración de estrategias de poder que vayan flexibilizando y democratizando al Estado, y nuevas estrategias productivas, que vayan desconstruyendo los mecanismos del mercado para incorporar los potenciales ecológicos, tecnológicos y humanos a los procesos de una producción sustentable. El ecologismo o ambientalismo no sólo se relaciona de múltiples formas y de manera muy directa al proceso de transición hacia la democracia, sino que aporta importantes bases y principios a un nuevo concepto de democracia. El ecologismo reivindica las luchas sociales contra todo tipo de poder autoritario y centralizado, por la paz y la defensa de la naturaleza y por los derechos de los hombres a participar en las decisiones que afectan sus condiciones de vida y sus futuros posibles. Pero el derecho por la calidad de vida y por la participación de la población en la gestión de sus recursos ambientales ofrece criterios de movilización y participación que van más allá de los que establecen las democracias representativas, apuntando hacia un concepto de democracia directa y participativa".
"En ellas se incluyen no sólo el compromiso con las generaciones futuras, sino también la reivindicación de la diversidad cultural y por la facultad de intervenir en la construcción de futuros posibles, antes de asumir pasivamente los dictados de los mecanismos omnipresentes del mercado como Ley Suprema de la naturaleza y de la sociedad. La democracia ambiental plantea así no sólo el reconocimiento del patrimonio natural y cultural de los pueblos, sino que induce un proceso de reintegración y reapropiación de la naturaleza como base de sustentación de la vida y como medio de producción. En este sentido, la socialización de la naturaleza va de la mano con una democratización de la producción y una redistribución de los bienes de la naturaleza entre los hombres".

-¿Es el ecologismo una alternativa política para Latinoamérica y para el mundo?

-El que el ecologismo sea o se convierta en una alternativa política para Latinoamérica y para el mundo depende de cómo se le defina. Un ecologismo que no sea más que un marco normativo con criterios y límites de sustentabilidad para la producción no dejará de ser un campo de externalidad y de ocupar un espacio político marginal, que de alguna forma quedará subsumido o asimilado a la racionalidad económica y al poder político prevaleciente. El ambientalismo dejaría de ser crítico y propositivo de nuevas causas y nuevas utopías sociales; dejaría de ser un movimiento "alternativo" para ser tan sólo una dimensión más del desarrollo.
"El ambientalismo ha sido caracterizado como un síntoma de una crisis de civilización y ha establecido principios éticos y productivos para la construcción de una nueva racionalidad social. De la manera cómo estos principios sean movilizados y se conviertan en una nueva praxis, dependerá el que el ecologismo sea motor de importantes cambios sociales, políticos y productivos, o que permanezca como uno más de los nuevos movimientos sociales con espacios restringidos de actuación que enriquecen la cultura política, pero que no aparecen como procesos de transformación del nivel global. Para ello, las reivindicaciones ecologistas deberán pasar de sre demandas conservacionistas y locales, para insertarse en las luchas y reivindicaciones globales de emancipación de la humanidad, de creación de nuevos sentidos civilizatorios, que enriquezcan la transición democrática más allá de su carácter electoral y representativo y construyan una nueva racionalidad productiva que libere la creatividad del hombre, los potenciales de la naturaleza y los sentidos de la existencia de las pautas y a los grados de libertad que establecen las leyes ciegas del mercado".
"Más aún, para convertirse en una alternativa política, el ecologismo debe arraigarse socialmente y mostrar su capacidad para resolver los grandes procesos de degradación socioambiental, incluyendo en ellos la erradicación de la pobreza, la satisfacción de las necesidades básicas y la elevación de la calidad de vida de las mayorías. El ambientalismo deberá dejar de ser un movimiento "anti" para ser motor de nuevos estilos de desarrollo que democraticen la producción, el acceso a los recursos y la toma de decisiones, permeando los idearios políticos y los programas de gobierno. Sólo así el ecologismo transitará hacia un movimiento social de masas fincado en los valores y potenciales de la naturaleza y en una nueva solidaridad entre los hombres.

-¿Cuál es el objetivo de la formación ambiental?

-La importancia de la apropiación social del saber, que es lo que posibilita como un recurso estratégico fundamental la apropiación social de la naturaleza, la apropiación socialmente sancionada, orientada hacia la equidad social, la justicia social. Obviamente, detener el deterioro ambiental, pero sobre todo repensar los factores de la producción, los factores del desarrollo y pensar que es posible ver el medioambiente no como restricción del desarrollo, del crecimiento económico, sino como un posible nuevo potencial... Un proceso de desarrollo mucho más descentralizado, que haga coincidir los criterios políticos de una democracia ambiental, en el sentido de una democracia directa, participativa, con nuevos medios de producir y distribuir riquezas, considerando no solamente la diversidad ecosistémica del planeta, sino también la enorme riqueza cultural que conforman las etnias, los distintos grupos sociales, los distintos países de la Tierra, la múltiple y heterogénea raza humana.

(Publicado en la revista el canelo Nº43, en mayo de 1993. Páginas 33 a 35).

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