viernes, julio 31, 1992

Microempresas

Las chicas entran en escena

Por Cristian Sotomayor

Poseen un taller de serigrafía en su casa. Trabajan juntos y tienen una pequeña hija. Venden sus impresos en un puesto callejero del barrio Bellavista, durante los recitales y las concentraciones, con lo que ganan les alcanza para vivir modestamente. Seguro que con esta descripción cualquiera adivina que se trata de artesanos. Claro, así es. Pero eso no es todo: ahora, además, hay quienes les han dicho que ellos son “microempresarios”. Hace un tiempo, la pareja en cuestión supo que varias organizaciones en Santiago ofrecían crédito a gente como ellos, y que no se trataba de usureros, sino de personas que trabajan en unos llamados “Programas para Microempresas”. Visitaron como cuatro y al final se decidieron por el que les pedía menos trámites e intereses más bajos. Ahí mismo se enteraron que podían acceder a otros beneficios a muy bajo costo, y se entusiasmaron con un curso para capacitarse en gestión empresarial.

Microempresa: una palabra que para muchos es todavía un misterio, pero que ya suena en boca de los economistas que aparecen en televisión. Algo especial debe tener ese término, pues se ha convertido en objeto de parte importante de los recursos que las agencias internacionales nos envían en este período de “transición a la democracia”.
Mas, ¿cuál es la nueva situación que se le presenta a esa joven pareja de artesanos para que ahora se les llame “microempresarios”? Parece ser que con esa “chapa” la sociedad les quiere hacer notar que ya no son más un sector ignorado, porque se ha descubierto que poseen “enormes reservas de productividad”. Por esto, “no serán más marginados de la institucionalidad de fomento económico del país”. Eso suena bien, pero, ¿es que existe realmente consenso en lo que se entiende por microempresa?¿A qué tipo de desarrollo se les quiere involucrar?
Programas de “Apoyo a Microempresas” aparecieron en nuestro país hace unos seis años, incorporados a algunas ONGs e incluidos tímidamente en planes del gobierno pasado. Pero el auge de ellos recién comenzó un par de años atrás, cuando el esfuerzo de los particulares se sumó a una política específica de fomento impulsada desde varios organismos públicos. Mideplan, Corfo, Sercotec, Sence, Fosis, Indap, Enami, Funcap, etc.
Lo cierto es que en relación al resto de los países latinoamericanos llevamos como 20 años de atraso en la aplicación de estas iniciativas. Colombia es considerado el líder en este tema, por lo que ha sido visita casi obligada para los profesionales que dirigen las organizaciones de fomento chilenas. Otras naciones que también tienen mucha experiencia –tanto por éxitos como por fracasos- son Paraguay, Bolivia, Perú y Brasil, los cuales también han brindado asesoría a sus pares de acá. Otra fuente de inspiración y de recursos ha provenido de Europa, en especial de Alemania, Italia y España, en donde la pequeña unidad económica está muy integrada a la cadena productiva.

“Caja negra”

Los encargados del Servicio de Cooperación Técnica (Sercotec) del gobierno, señalan que la microempresa “es como una caja negra, pues se sabe muy poco de ella”. Antes, siempre se hablaba de la pequeña empresa y del artesanado. Si tomamos las definiciones que nos dan las entidades que las apoyan, para todos una microempresa es una organización económica de hasta diez trabajadores, que labora con reducido capital y con tecnologías simples. A este significado se le pueden agregar otras características: que la(s) persona(s) propietaria(s) sea(n) también trabajador(es); que el volumen anual de ventas no supere unos pocos miles de UF. Hay quienes consideran como microempresas a aquellas unidades que poseen hasta cinco operarios; unos incluyen al trabajador independiente o por cuenta propia, mientras otros piensan que debe haber más de una persona. Algunos creen que una microempresa puede ser de cualquier rama de la actividad económica y, en cambio, otros opinan que sólo deben ser consideradas como tales las organizaciones que producen bienes o servicios, dejando fuera las de extracción (agricultura, pesca, minería…). Para ciertas instituciones es necesario que sus integrantes ya posean nociones y prácticas básicas de administración de empresas.
Tampoco existe total acuerdo para determinar cuántas son. Sercotec tiene la propuesta de efectuar un censo. Calcula que este sector absorbe el 25% de la fuerza de trabajo del país. El Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis) estima que ellas permiten generar sus ingresos a un tercio de la población. En datos del Ministerio de Planificación y Cooperación (Mideplan), el 40% de la fuerza de trabajo chilena está vinculada con la microempresa o con actividades independientes, lo que implica un universo de casi dos millones de personas. Para la Fundación Solidaria Trabajo para un Hermano (TPH), cerca de la mitad de la población está trabajando en organizaciones económicas llamadas microempresas. El Fosis cree que representan el 78% de las empresas existentes. Ellos mismos piensan que en Santiago su aporte al PGB es más del 10% del total. La Corporación de Promoción para la Pequeña Empresa (Propesa) asegura que constituyen el 15% de la economía nacional. Otros informes indican que en Chile habría unas 400 mil microempresas, de las cuales casi la mitad estaría ubicada en el área metropolitana.

¿Cómo son?

Los investigadores sociales concuerdan en señalar algunas características generales del sector. En primer lugar, es indudable la estrecha relación entre microempresas y el fenómeno de la economía informal o sumergida. De acuerdo a estimaciones del Banco del Desarrollo, sólo un 5% de las unidades –las más grandes- operarían con el IVA. Con respecto al origen de este “problema” de marginalidad, los expertos afirman que su origen se debe a que mientras la fuerza de trabajo se ha incrementado por efecto de mayores tasas de natalidad y menores de mortalidad infantil, paralelamente los modelos económicos vigentes ofrecen menos puestos de trabajo. Esto, debido a los cambios de estructura productiva y a la incorporación de tecnologías que reemplazan la labor humana. Ante ello, muchas personas buscaron su subsistencia en trabajos independientes o en pequeñas unidades económicas muy rudimentarias.
El sector al que hacemos referencia también tiene vinculación con el tema de la pobreza. Según la encuesta Casen, del universo de microempresas, cerca de 600 mil trabajadores se encuentran en ese estado, lo que, sumados a sus grupos familiares, corresponde a dos millones de personas. Sin duda, otro tema que se conecta con el “fenómeno” es el de la familia, pues los especialistas aseguran que en Chile las empresas familiares otorgan más del 60% de las fuentes de trabajo. A menudo estas unidades, comenta Rodrigo Calcagni, de TPH, incurren en dificultades porque manejan el negocio sin separarlo del presupuesto familiar. El mismo profesional menciona una característica distintiva de las microempresas: el capital, la gestión y el trabajo manual no están separados, sino que se integran en la(s) misma(s) persona(s). Ello, más la actividad creativa que se requiere y la posibilidad de entender el funcionamiento completo de la organización, hacen que el trabajo sea “mucho más rico”.
Robert Christen, de Propesa, cuenta a el canelo que, a la larga, se ha convertido en una opción preferida de vida.
-Puede ser que la causa haya venido por una recesión económica, pero una vez dentro del sector infomal, mucha gente no saldría de él aunque le ofrecieran de nuevo un trabajo formal.

“El sistema es rentable”

Hasta aquí, con las descripciones que hemos dado, no es posible aún entender por qué el actual “boom” por apoyar a la microempresa. ¿Y qué ha cambiado para que ahora las instituciones de la más variada ideología se preocupen de ella? Resumiendo, se plantea que este sector posee una gran potencialidad económica y social, con lo que trae múltiples beneficios integrarlo en la estrategia de desarrollo del país.
-En el mundo –afirma Jossie Escárate, de Sercal- es una ventaja ser pequeño. Debido a la evolución tecnológica y a la proximidad de la demanda ocurre que las empresas se subdividen. La gran empresa es lenta; en cambio los chicos poseen mayor flexibilidad, es decir, pueden adecuarse rápidamente a las cambiantes condiciones del mercado.
En expresiones de Sergio Molina –ministro de Mideplan-, esto permitiría una integración productiva, que “se lograría cuando los microempresarios produzcan para los más grandes siendo estos últimos quienes les diseñen los productos y controlen la calidad de éstos. Los pequeños empresarios entrarían en un proceso de normalización de su producción en términos de estabilidad y seguridad de ventas”.
Dado este marco, Rodrigo Calcagni expresa:
-Nos damos cuenta de que si ‘invertimos’ en este sector, es rentable; el desarrollo de las microempresas se convierte en un ‘negocio’: son capaces de aumentar sus ingresos, de generar empleos y de mejorar las condiciones de vida de las personas que viven en ellas.
En general, se piensa que el fomento a la microempresa es un camino para encarar la pobreza, aunque también se tiene claro que no es efectivo para enfrentar la pobreza extrema.
En palabras de Diego Vidal, de Credicoop, “el Fosis eso lo sabe. En niveles de indigencia es ilusorio que operen subsidios productivos. Ahí se requieren otros programas de gasto social: subsidios para alimentación, salud, educación, en fin”.
Efecto esperado de la integración del sector es también el aumento de la base empresarial del país, lo que ayudaría a desconcentrar la riqueza, eliminando distorsiones en el mercado. A esto se agrega que el fortalecimiento de las microempresas sería una oportunidad para el desarrollo de las comunas, provincias y regiones, favoreciendo la autonomía local y la descentralización. De hecho, algunas ONGs focalizan su trabajo fuera del Área Metropolitana. Tal es el caso de la Fundación Neumann, cuyos programas son aplicados íntegramente en la IV Región.
Lo que queda por saber es qué tipo de apoyo debe entregarse a las microempresas para que todas las potencialidades que hemos mencionado se actualicen. “La clave está –indica Diego Vidal- en poder crear tecnologías, mecanismos e instrumentos apropiados de apoyo al sector, tomando en cuenta sus particulares características”. Habría consenso en que lo que más necesita la microempresa es acceso al crédito en forma rápida y en condiciones adecuadas de montos, plazos e intereses.
No obstante, en opinión del Instituto de Cooperativas de Trabajo (ICT), “el crédito es muchas veces un nuevo problema. Éste debe ser consecuencia de mejoramientos en capacitación, comercialización y técnicas”. En una evaluación de impacto realizada por Propesa, se determinó que el valor agregado aportado por unidades apoyadas solamente con créditos aumentó un 43%, mientras que en las que recibieron crédito más asesoría técnica el incremento fue de un 70%. Junto con ello, éstas duplicaron el número de trabajadores y el valor real de los sueldos subió en un 16%. Algo que casi todos señalaron como importante es la asociatividad, en términos que ella permitiría a los microempresarios acceder a beneficios que no pueden obtener en forma individual.
Tanto el ICT como Sercal manifiestan que una debilidad que se presenta en el sector de microempresas es que hasta ahora ha existido una orientación predominante hacia el producto; es decir, gente que sabe hacer algo y por eso espera que se lo compren. En cambio, lo que se requiere actualmente es una orientación hacia el mercado, hacia el cliente.
Otra coincidencia importante es que este sector debe ser tratado sin paternalismo ni actitudes asistencialistas; que nada es gratis ni regalado.

Las diferentes intenciones

Entre los organismos de apoyo hay notables diferencias en lo que a énfasis y connotaciones se refiere, dependiendo de la intencionalidad que las impulse. Hemos clasificado tres tendencias, aun reconociendo que con ello se simplifican las cosas:
a) Énfasis en el crecimiento y la iniciativa individual. Sólo unos pocos poseen el talento, habilidades y aptitudes innatas del empresario, y a esos hay que ayudarlos para que aumenten la productividad y la riqueza. Se valora la competencia y el afán de lucro. La empresa se entiende como la propiedad privada, donde sólo uno o unos pocos deben decidir, en proporción a su aporte de capital. Se resalta el liderazgo y se habla de “capital humano”. Vínculo con grandes empresarios e identificación con corriente neoliberal.
b) “Crecimiento con equidad” es su slogan. Se ve en el sector de microempresas una fuerza de cambio democrático: ampliar la base empresarial significa que más personas participan en el manejo económico. Se estimula la organización del sector para que adquiera capacidad de negociación. Reconocimiento a todos los tipos de trabajo: asalariado, individual o asociado, como también a las distintas formas jurídicas de empresas (privadas, social o pública). Para cualquiera de esos tipos se incentiva el modo de “administración participativa” y se habla de “recursos humanos”. No obstante, ello responde más bien al desafío de la “modernización productiva”. Relación con pequeños y medianos empresarios y tendencias socialdemócratas y socialcristianas.
c) Se cuestiona el desarrollo basado en la exaltación de la competencia y del crecimiento como fin en sí mismo. Afirma la importancia de la ayuda mutua como factor de evolución. Se busca un desarrollo alternativo, cuyo objetivo sea la satisfacción de las necesidades humanas más que la producción ilimitada de bienes. Ven en la microempresa un germen de nuevas relaciones económicas. Se aprecia la solidaridad y autogestión. Hay valorización de lo pequeño y de la escala humana. Resaltan los factores comunitarios, la libertad y la autonomía. Hablan de la necesidad de democratizar el mercado y de enriquecer y hacer más integral el trabajo. Insisten en la centralidad del trabajo humano y optan por tecnologías que armonicen más al ser humano con la naturaleza. Que la capacidad de emprender y la creatividad son mucho más extendidas de lo que se cree, tal como lo demuestran los sectores populares. Inspiración ecologista, del socialismo libertario, de la teología de la liberación, del indigenismo, etc.

(Publicado en la revista el canelo Nº 35, julio de 1992, páginas 13, 14 y 15)