viernes, marzo 27, 2009

Se agregan a la proliferación de juegos de azar, sorteos y concursos

Casinos: la última apuesta del exitismo chilensis

En diversas partes del mundo, grupos y organizaciones sociales protestan por el aumento de los juegos de azar y por la construcción de nuevos casinos. Pero los chilenos aún no toman conciencia de los perjuicios asociados a esta “industria”, con dos excepciones: en Isla de Pascua y en el puerto de San Antonio una parte de la comunidad se ha opuesto a la instalación de una casa de apuestas. Existen 18 nuevos casinos a lo largo de Chile.

Por Cristian Sotomayor Demuth

A la larga lista de juegos de azar y de apuestas promocionadas por todos los medios –“participa y gana”-, en los últimos años se sumó la multiplicación de casinos que se están construyendo en todo Chile. Pero este no es un fenómeno exclusivamente nacional.

Según un informe (2006) de consultora Price Waterhouse Coopers, se espera que para el año 2010 los ingresos mundiales del juego alcancen los 125.000 millones de dólares. Se estima que cada habitante de América Latina consagra un promedio de 250 dólares anuales al juego de azar.

En 1998, Mempo Giardinelli, escritor argentino, analizaba: “la pasión por los juegos de azar, así como el desenfrenado fomento reciente, también han respondido a una verdadera política de Estado. Es verdad que siempre hubo juego, pero es muy fácil comprobar que en los últimos treinta años han sido los sucesivos gobiernos los que lo han fomentado. ¿Por qué? (…) También se dijo que era una manera de recaudar dineros mediante los elevados impuestos a los juegos de azar. Pero esto, sin ser falso, no responde cabalmente la pregunta. Lo que los gobiernos impulsan fomentando el juego —es mi hipótesis— no es otra cosa que una forma eficiente de control social. Y es que cuando la desesperanza gana a la gente, la gente se inventa esperanzas mágicas. El juego, la timba, es siempre una esperanza. Irracional y azarosa, pura tómbola lúdica, pero esperanza al fin. Por eso los gobiernos, cuando no pueden dar respuesta a las buenas y naturales expectativas de la sociedad, fomentan ese tipo de ilusiones que anestesian a la gente, la mantienen ocupada y distraída, y de hecho hacen que esa gente no cuestione nada”.


Casinos para todos: algo no huele bien

En Chile, la iniciativa partió de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y, tras cuatro años de trámites –con varios detractores entre los parlamentarios-, se promulgó la Ley General de Casinos (N°19.995), en 2005. Ese mismo año se creó la Superintendencia de Casinos de Juego (SCJ), cuya dirección recayó en Francisco Javier Leiva, un ingeniero civil UC cercano a la Democracia Cristiana.

En febrero de este año, en una entrevista para Radio Duna, el superintendente explicó que a los siete casinos existentes en nuestro país, se agregarán otros 18 hasta el 2015, los cuales irán acompañados de hoteles y centros de convenciones. Junto con destacar la generación de empleos -y la obligación que tienen de desarrollar obras culturales-, el superintendente mencionó que a los casinos se les cobrará un impuesto especial del 20% sobre el ingreso bruto proveniente del juego. De él, la mitad se destinará a los municipios y el otro 50% irá a los Fondos de Desarrollo administrados por los Gobiernos Regionales. Leiva afirmó que esos recursos deberán destinarse sólo a inversiones en obras públicas y no a gastos operacionales. Señaló que, hasta el momento, están operando 10 casinos, con 5.200 empleos directos y una inversión de US$ 711 millones. De éstos, el 53% corresponde a consorcios extranjeros. La ley establece de uno a tres casinos por región, separados por un mínimo de 70 km viales entre sí. El superintendente contó que, en promedio, cada visita al casino gasta –sólo en concepto de apuestas-, aproximadamente $ 25.000.

Este proceso no ha estado exento de dudas y críticas. Desde mediados de 2005 existe una fuerte oposición al casino en Isla de Pascua. El alcalde y tres concejales eran partidarios, mientras los otros tres miembros del concejo municipal lo rechazaron. Hubo cartas a los diarios, al entonces presidente de la República, Ricardo Lagos, y a la Unesco. El movimiento opositor, liderado por jóvenes Rapa Nui, desmontó uno por uno los argumentos sobre el supuesto “progreso” que traería el casino a la isla, y abogó por una alternativa de desarrollo sustentable y sostenible, acorde con la calidad de Patrimonio de la Humanidad que Isla de Pascua posee desde 1995.

En octubre de 2006 la Cámara de Diputados creó una Comisión Investigadora para estudiar el proceso iniciado con la ley general de casinos. Presidida por Pablo Lorenzini, aunque en julio de 2007 el informe fue rechazado por la Cámara (26 votos a favor, 39 en contra y 13 abstenciones), indicó que "las conductas y actos del Superintendente lo califican como una persona que no otorga las garantías de ecuanimidad y transparencia indispensable para el desempeño de su cargo. Por lo que se propone a la Sala se acuerde solicitar a la Presidenta de la República su remoción”.

Una fuente que prefirió mantenerse en el anonimato -quien trabajó un tiempo para Peter LeSar, representante de Thunderbird, empresa que participó en la licitación de casinos-, recuerda: “todo era muy turbio. La Superintendencia lo dejó fuera; el gringo apeló a la Contraloría, donde le dieron la razón a él, pero Leiva dijo que el fallo no era vinculante y se lo jodió. Oscuro. El superintendente estaba relacionado con el monopolio de los casinos en Chile, propiedad de una sola familia DC, la que se ganó casi todas las licitaciones”. Y agrega: “La ley en Chile fue hecha casi a la medida de los actuales propietarios, consolidando el monopolio de la familia Fisher, por ejemplo, cuya omnipresencia fue ratificada por el proceso de licitación, el que además estuvo lleno de ‘percances’. Hubo acusaciones de todo tipo: agentes secretos investigando, demandas a Thunderbird en Panamá, amantes de jefes de servicios acusadas de ‘arreglines’; un enjambre de cosas bastante gráficas del medio en cuestión”. El informante continúa: “Según me parece, el problema comienza con la propia Ley de Casinos, pensada para instalar verdaderos guetos del derroche y del glamour en diversas partes de Chile, absolutamente desvinculados de los intereses ciudadanos o comunitarios. En ellos la realidad local quedaba reducida a un ícono del marketing para captar clientes, a un fetiche consumible”.

En septiembre de 2008, el senador Ricardo Núñez presentó un proyecto de ley tendiente a prevenir la ludopatía o adicción a los juegos de azar, iniciativa que se vio complementada -a comienzos de este año- con la creación de una Comisión de Gobierno que preside el senador Carlos Bianchi. Identificar el porcentaje de la población chilena que sufriría ese desorden de comportamiento, es uno de los temas que esta Comisión despejará en el marco del estudio del proyecto. De aprobarse, obligaría a los operadores de recintos de juego a exhibir advertencias, similares a las que se utilizan con los cigarrillos y el alcohol, sobre esta patología o los efectos en su salud.

Barricadas y enfrentamientos con carabineros tuvieron las protestas contra la construcción del casino en San Antonio, en enero de este año. Los trabajadores que laboran en el principal paseo de este puerto -de los sindicatos de restaurantes, garzones, artesanos, pescadores y vendedores de productos del mar- mostraron su rabia en una manifestación que reunió a más de 200 personas. No es para menos: las obras que levantan una inmensa mole que albergará al casino, a un hotel y a un mall, tienen copado el sector, por lo que la actividad comercial ha bajado en un 70%. Además, los dirigentes estiman que la competencia de ese inmenso complejo –que ya no deja ver el mar a los transeúntes de la plaza de San Antonio- llevará a la quiebra a muchos pequeños negocios, generando más cesantía en una provincia que ya sufre por ello.


Ricardo Mascheroni, docente e investigador en la Universidad Nacional del Litoral (Argentina), escribió en octubre de 2008 (Argenpress): “Anticipándose a los tiempos de vacas flacas en su respectivos países, las grandes operadoras de casinos salieron a la caza de nuevos incautos en las zonas periféricas del mundo, presionando o induciendo a las autoridades respectivas a aceptar la instalación de salas de juegos en sus territorios. Los consabidos cantos de sirenas para poder radicarse en uno u otro lugar, repiten hasta el hartazgo la muletilla de que generarán más inversión, mayor recaudación de impuestos, turismo y la creación de miles de puestos de trabajo, lo que casi nunca se cumple y siempre el remedio es peor que la enfermedad. Debe haber existido una mirada tuerta, cuando no directamente interesada en el tema, que ha jerarquizado el aspecto económico y la rentabilidad de unos pocos, sin un análisis profundo y serio sobre los impactos negativos de los mismos en la economía, trabajo, salud y valores sociales de los pueblos”.

Costo/Beneficio: 2 a 1 (recuadro 1)

Uno de los estudios más comentados ha sido el de los investigadores de la Universidad de Illinois (EUA), Earl L. Grinols y David B. Mustard: "Rentabilidad Económica contra Rentabilidad Social: Evaluando Negocios con Externalidades, el Caso de los Casinos” (2002). En él se indica que el proceso de aprobación del juego por las comisiones gubernamentales suele tener defectos, y puede también torcerse debido a las masivas presiones de la industria del ramo. Entre 1991 y 1996, los consorcios del juego pagaron más de 100 millones de dólares en donaciones a los legisladores y gastos de grupos de presión.

En cuanto a la cuestión de los beneficios económicos creados por los casinos, los investigadores observan que no es suficiente con sólo contar el número de puestos de trabajo creados. De hecho, los nuevos empleos generados por un casino suelen compensarse con las pérdidas de los negocios cercanos que se ven dañados, como los restaurantes y otras alternativas turísticas.

Demuestra que el juego implica costos sociales como el aumento del crimen (por ejemplo, fraude y malversación), la pérdida de tiempo de trabajo, las bancarrotas y dificultades financieras para las familias del adicto, los suicidios, y los costes familiares como el descuidar a los hijos. Estos problemas cuestan a la economía 54 mil millones de dólares anuales, es decir, casi la mitad de los causados por el abuso de la droga en los Estados Unidos.

Determinaron que en un periodo de 20 años los condados estadounidenses que han contado con casinos aumentaron en 44% su índice delictivo, superando ampliamente la media nacional.

Los ahorros y fondos destinados a gastos individuales diseminados, son absorbidos por unos cuantos empresarios del juego, en detrimento de la mayoría de la población, que podría dedicar tal ingreso a actividades de producción, inversión u otros consumos que favorecerían la distribución del ingreso en espectros geográficos y poblacionales locales y regionales.

Los investigadores encontraron que los costos de los casinos son por lo menos 1.9 veces más grandes que los beneficios.

El Instituto Vanier para la Familia de Canadá hizo público un estudio (2006) titulado: "Gambling with our (Kids') Futures: Gambling as a Family Policy Issue". La autora, Arlene Moscovitch, lo grafica afirmando que la pérdida de juego por adulto en Canadá en el periodo 2003-2004 fue de unos 50 dólares canadienses por persona al mes; que el gasto por hogar se estima en 1.080 dólares canadienses, una suma más alta de lo gastado en educación y cuidado personal; que los hogares con menores ingresos gastan en el juego proporcionalmente más de sus recursos económicos, convirtiéndolo en una especie de impuesto regresivo voluntario; y que cerca del 40% de los ingresos que el gobierno obtiene del juego provienen de población adulta que lucha con la adicción al juego.

En Estados Unidos, entre el 2 y 4% de la población manifiesta esta patología, cifra que se duplica entre personas que viven a 80 kilómetros a la redonda de un casino.


La visión desde las Matemáticas: a la larga, la casa siempre gana (2)

La posibilidad de morir por un rayo en España es de una entre diez millones, la de acertar la primitiva (un juego de azar) es menor: una de cada catorce millones. Así es, la lotería difícilmente te va a sacar de la pobreza. Esto se desprende de las declaraciones realizadas a la agencia Efe por Olga Juliá Ferran, profesora del Departamento de Probabilidad, Lógica y Estadística de la Universidad de Barcelona, quien sostiene que si uno calculara las probabilidades reales de ganar “se le pasarían las ganas de jugar”.

Según explican Anthony E. Estate y David Groome en Probability and Coincidence, “para tener una expectativa razonable de ganar a la lotería una sola vez tendríamos que jugar todas las semanas durante 250.000 años, durante los cuales habríamos gastado unos 20 millones de euros”.

Claudio Escobar, ingeniero civil UC y profesor de matemáticas, expone su experiencia: “Hace unos años tuve que diseñar un curso de matemáticas para la recuperación de la Enseñanza Media, en Lo Hermida. Me preocupaba ver lleno de máquinas tragamonedas los negocios de la cuadra; casi había más maquinitas que sacos de papas". El profesor recuerda: “En mis clases enseñé abiertamente que esas máquinas traen más daños que beneficios; que conducen a soluciones individualistas, donde la solidaridad colectiva queda en el camino. Los casinos y esas maquinitas están hechas para dar plata al dueño, o sino no las construirían. Su probabilidad subyacente es mayor para el propietario (alta, más de un 50%) y como dice la Ley de los Grandes Números: la probabilidad teórica tiende a confirmarse con la ocurrencia de muchos eventos, por lo tanto, ‘en lontananza’: ¡la casa gana! “. Finalmente, Claudio Escobar explica: “Para quebrar un casino, se pueden estudiar las ruletas o las máquinas y cachar qué números salen más (todo instrumento tiene sus imperfecciones y desequilibrios) y apostarles, pero eso requiere de mucho tiempo y dinero. Yo recomiendo una cosa a los apostadores de las poblaciones: si alguien está viciado y acierta, tome la plata y váyase para la casa, porque lo seguro es que a la larga opere la Ley de los Grandes Números y usted termine por perder esas monedas que había ganado!”.


La mirada de las Ciencias Sociales: juego de imaginarios y fantasías (3)

Jorge Moraga, periodista y antropólogo: “Sin duda es diferente un casino de juegos, de características más elitistas, a las máquinas tragamonedas en los almacenes de barrio. Me parece que ambas, en todo caso, tienen un fundamento similar, que podría rastrearse en la necesidad compulsiva por el derroche que caracteriza a la sociedad latinoamericana y española en general, aún evidentemente marcadas por la fuerza del barroco. No se busca el dinero para el ahorro, sino para la dilapidación, y, en ese sentido, el obtenerlo lo más rápido posible ayuda a esa causa. Al respecto es interesante la comparación del mismo fenómeno en otras culturas. Por ejemplo, la proliferación de juegos de azar y casinos en China, donde también se busca desesperadamente la ganancia, pero en este caso es para iniciar algún negocio y así obtener ‘cara’, prestigio, y establecer ‘guanxi’ (relaciones). En el caso chileno y el chino podría decirse que se observan dos éticas del trabajo -y de relación con el dinero- absolutamente diferentes. Una, basada en la dilapidación y la quema festiva del excedente, la otra, en el ahorro casi ascético”.

Mauricio Rojas, historiador y antropólogo, profesor del Programa de Gestión Cultural de la Universidad de Chile: “Hay que hacer una distinción: toda cultura humana se ha sentido fascinada por la adivinación, la suerte, el pronóstico, el oráculo; saber qué le depara el destino, tener una incidencia en el futuro. Ello es parte de la mitología humana, de la fantasía, y creo que eso es un aspecto saludable; es un componente natural de la humanidad. Distinto es cuando entra el Capital a hacer usufructo de esta característica, cuando, a través de una industria del lucro, juega con las expectativas de la gente, desde las maquinitas de la población, hasta los casinos en las ciudades.

Yo he pensado en una metáfora, que el Chile de hoy es como Las Vegas del cono sur; está rodeado por un desierto, aislado; es un país que se siente más unido a Europa y a EUA que a su propia vecindad, a los cuales desprecia. Un país que se ha tratado de inventar a través de una fantasía -y con una nula lectura crítica de su historia-, como el país del desarrollo, del futuro, que crece, que construye edificios, -con hartas luces de neón-, que sube su estándar de vida, pero de espaldas a su pasado y a sus vecinos.

El chileno medio se ve a sí mismo como un ser exitoso; ahora puede pagar una universidad privada -hay que reconocer a los gobiernos de la Concertación que este país se ha enriquecido; si la gente que antes entraba al casino era el 1% de la población, ahora puede entrar el 35-40%. Somos como los nuevos ricos del barrio, pero creemos más en la industria del entretenimiento que en el sustento cultural del desarrollo.

En Chile carecemos de una cultura más profunda, más sofisticada –que sí la tuvo desde los años veinte en adelante-. Yo creo que en las últimas décadas hemos vaciado el potencial intelectual de este país y hemos aumentado la capacidad de consumo; pero no hay un alto consumo cultural; no se están comprando más libros, ni más discos de la industria nacional, no hay más lectura ni más asistentes al teatro. Aquí no ha crecido el público para el Municipal o el de las salas de exposición; la gente llega al arte cuando es un espectáculo, cuando viene La Fura dels Baus a armar la Muñeca de Cobre. Se prefiere hacer un carnaval en Valparaíso, pero no tenemos financiamiento público para una buena escuela de arte o una academia de teatro en esta ciudad; eso da cuenta de que siempre estamos en la superficie. Y el casino es la figura perfecta de la entretención fácil, superficial, y que te puede llevar al ‘éxito’ y al prestigio; un lugar hedonista, con lujuria, glamour, farándula, gente bonita; es la ‘isla de la fantasía’. Eso es lo que está vendiendo el modelo, el sistema; ahí está, a la mano, y ahora hay plata para ir”.

Roberto Fernández D., psicólogo y Magíster en Psicología Social: “Tenemos en el imaginario la posibilidad del ascenso automático al éxito monetario. El casino se ha convertido en un espacio legítimo y aceptado en donde ahí se puede dar el salto, dejar de trabajar, acceder a los bienes que siempre quisiste. Es un espacio para quedar atrapado, fuera del tiempo, con acceso a comida y lugares para descansar. Es considerado como ‘valor urbano’, turístico, de glamour; en el imaginario se ve que al casino va gente con plata, de la farándula. Es un espacio permanentemente iluminado, con gente bien vestida. Esa experiencia genera una afectividad. El imaginario no sólo entrega un contenido, sino que te vende un afecto. En el casino el individuo se la juega solo. Es una vía personal hacia la meta: vida de ‘ricos y famosos’. Estamos ante una utopía individual.

Antes, el logro económico estaba más vinculado al trabajo, al esfuerzo –que era un camino largo. Actualmente se han ido legitimando los caminos cortos: el juego, la suerte, el azar; y la delincuencia, el crimen organizado. Son caminos paralelos hacia el imaginario del dinero, en que lo común es el riesgo. Y sabemos que a nivel neurológico, el riesgo genera sustancias adictivas, como la dopamina, la adrenalina. Eso encaja con el fomento del ‘deporte aventura’.

Y la falta de regulación sobre el riesgo es lo que caracterizó al llamado Capitalismo Casino, que hoy se encuentra en plena crisis”.

(Publicado en El Ciudadano Nº 66, marzo 2009)

viernes, marzo 13, 2009

La etnia Mosuo de China

“Donde manda calzón”… todos la pasan mejor


Muchos varones piensan que una sociedad con más poder femenino sería peor para ellos, pero la vida en los pocos “matriarcados” que existen en el mundo, muestra todo lo contrario.


Por Cristian Sotomayor Demuth


La mayoría de la población mundial vive en culturas patriarcales, es decir, en donde el poder, el estatus y el prestigio son mayormente masculinos. Pero existen excepciones; pueblos en donde las mujeres nivelan o incluso superan a los hombres en la toma de decisiones de su comunidad.

La fotoperiodista catalana Anna Boyé ha visitado algunos lugares donde las féminas “la llevan”, como la isla Orango Grande, frente a la costa de Guinea Bissau; una tierra donde las mujeres se organizan en asociaciones que gestionan la economía, el bienestar social y la ley. Son ellas las que imponen sanciones, dirigen, aconsejan, distribuyen, y se las respeta como dueñas de la casa y de la tierra. Los hombres tienen algunas labores específicas –que requieren mayor fuerza-, pero prefieren que las mujeres sean las organizadoras.

A las poderosas mujeres de Juchitán, al sur de México, las localizó Boyé gracias a que una amiga mexicana le comentó que allí los índices de salud eran increíblemente altos. Cuando visitó el lugar, pudo comprobar que los niños se criaban sanos y que la gente parecía saludable y feliz. Allí se mantiene un antiguo matriarcado, que ha tenido que pactar y convivir con el patriarcado dominante. “Sin embargo, los negocios y el comercio están en manos de las mujeres. Es la asamblea de indias zapotecas, la que controla la vida económica de la ciudad. Son reconocidas en todo México por su inteligencia, valentía, habilidad y audacia”, cuenta la fotógrafa.

La más destacable es la etnia Mosuo, que habita en la localidad de Loshui, en la zona suroeste de China, próxima a Myanmar y al Tíbet. Con una población de 35 mil habitantes, se distribuyen en alrededor de 50 poblados, cercanos al lago Lugu. A una altura de 2.700 metros, se desempeñan como pescadores y granjeros. Tienen una manufactura artesanal –destacan sus coloridos trajes-, y más recientemente está floreciendo un incipiente “etno-turismo”.

La religión de los Mosuo es panteísta; veneran a Mu de Gan, la montaña sagrada, que se concibe como la diosa del amor, y a Shinami, el lago sagrado, visto como la diosa de la madre.

Han resistido la influencia de vecinos muy patriarcales, como fue el caso del régimen teocrático-feudal de los lamas tibetanos, y del aguerrido imperio chino.

Los mosuo tienen un sistema social en el que el matrimonio y la paternidad no existen como tales. Abuelas, madres e hijas viven bajo el mismo techo sin la presencia de padres o maridos; solamente con los tíos, hermanos, hijos y sobrinos.

Llaman zuwu a la habitación de la abuela, máxima autoridad, y en ella se reúne toda la familia por la noche para discutir los asuntos familiares, y planificar los trabajos del día siguiente.

A los 13 años niños y niñas son considerados mayores de edad, y los familiares les preparan una ceremonia que los convierte en maduros para tener amantes. Las chicas, a partir de entonces, viven en una habitación separada -“edificio de flores”-, y los chicos continúan en el zuwu con la familia materna. Las relaciones furtivas son las habituales en la aldea. Una mujer de alrededor de treinta años puede haber superado los cincuenta "amantes" y, en algunos casos, si es atractiva, es probable que haya tenido relaciones con todo el grupo de su edad.

La periodista española Paka Díaz publicó el artículo: “Los Musuo: el último matriarcado” (2000), donde relata que, en aquel mundo, el contenido de la palabra celos no tiene el más mínimo significado. La fidelidad es un concepto totalmente ignorado, y ni qué hablar del cuento del “príncipe azul”.

Cuando una mujer y un hombre quieren formalizar una relación, deben obtener la aprobación de las venerables ancianas. Así el compromiso queda establecido, y pasan a ser algo así como “pololos”. Pero eso no implica que vayan a vivir juntos: el hombre puede pasar la noche en la habitación de su amante, pero tiene como norma regresar a su casa materna antes del amanecer. Si el amor entre los amantes se acaba, se separan pacíficamente y buscan otro u otra pareja más adecuada.

Aunque tengan hijos, ni los niños ni ningún otro miembro de la familia se referirán al progenitor como ‘padre’; éste los visita ocasionalmente y es tratado con respeto. Son los tíos biológicos de los pequeños los que se ocupan de su seguridad y educación, y los niños corresponden cuidando de sus tíos cuando les llega la vejez.

Quien registró sus dos visitas en el libro “El reino de las mujeres” (2005), fue el médico y periodista argentino Ricardo Coler.

Nos cuenta que el sexo se practica de forma abierta y libre, aunque nadie anda comentando sus intimidades. “Intentan dar lugar a que el placer de la mujer, necesitado de tiempo y cuidado, alcance su plenitud”.

Entre los Mosuo no existen palabras para los conceptos de asesinato, guerra, violación o cárceles. No hay violencia y son comunes el buen trato y la hospitalidad; no hay lucha por el poder; cada quien trabaja según su capacidad y los bienes se distribuyen de acuerdo con las necesidades de cada cual. Gracias al ambiente tolerante, pacífico y de respeto mutuo, cualquier problema puede resolverse mediante conversaciones y consultas.

“Los hombres en las sociedades matriarcales lo pasan bárbaro. Defienden esa cultura, pues todos se benefician y viven bien”, sentencia el periodista.


El edén matríztico


Desde que en 1861 el antropólogo suizo J.J. Bachofen publicó su libro “El derecho materno”, cada vez más investigadores creen que antes de nuestra era patriarcal –que tendría unos siete mil años de antigüedad- existió un largo período “matricéntrico”, que habría durado por lo menos unos 30 mil años. Y éste sería el anhelado “Paraíso perdido” o “Época Dorada”.

Entre los más conocidos continuadores de estas tesis están: L.H. Morgan, F. Engels, B. Malinowski, M. Gimbutas, R. Graves, W. Reich, M. Mead, R. Eisler, y F. Martín-Cano.

Erich Fromm intentó caracterizar lo que es común en estas sociedades “matrísticas”: inexistencia del matrimonio; predominio de la propiedad comunitaria, la mayoría del trabajo es asociativo y hay mayor igualdad socioeconómica; respeto al medio ambiente, y vínculos pacíficos internos y con los vecinos.

Las razones por las que esa civilización matricéntrica fue reemplazada –y oscurecida- por el patriarcado, es fuente de varias hipótesis, como la expuesta por el biólogo chileno Humberto Maturana. Él cree que la exclusión del lobo en su calidad de comensal -de los rebaños que los habitantes de las estepas euroasiáticas perseguían hace unos diez mil años-, habría generado una cultura de pastores, caracterizada por la apropiación, la guerra y la conquista.

Según el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, el patriarcado sería una especie de “aberración”, una ruptura con el equilibrio o armonía cósmica, que al cabo de cinco mil años nos tiene al borde del precipicio, del colapso total.


Publicado en El Ciudadano Nº65, página 14, enero 2009.

Corte Suprema decidirá futuro de termoeléctrica Campiche

por Cristian Sotomayor Demuth

El complejo industrial de Ventanas comenzó a funcionar en 1965, con una fundición de cobre y una central termoeléctrica. La dictadura militar nunca quiso reconocer la contaminación que producía, y la población estaba imposibilitada para reclamar organizadamente. Sólo con la “transición a la democracia”, la gente pudo comenzar a ejercer presión. En 1990, la Enami reconoció públicamente que ese complejo era contaminante. Las iniciativas de la sociedad civil –para impulsar un plan de desarrollo alternativo- fueron desestimadas, y el Estado aprobó un Plan Ambiental para Ventanas y un Plan de Descontaminación, decretado en 1993. A fines de ese año, el gobierno declaró al Complejo como zona saturada para anhídrido sulfuroso y material particulado respirable. Y, en 1995, Chilgener instaló precipitadores electrostáticos en las chimeneas. Con esta ofensiva de las empresas y del Estado, más medidas de cooptación, se logró desarticular y acallar la movilización social. Pasaron 10 años, y ante la evidencia de que el complejo seguía albergando nuevas empresas riesgosas y contaminantes, los vecinos decidieron volver a alzar su voz, pues, de no hacerlo, corren el riesgo de que les instalen 13 termoeléctricas a carbón.
David Inzunza, presidente del Consejo Ecológico de Quintero-Puchuncaví, señaló que “no existe voluntad política para hacer estudios serios de morbilidad y de impacto ambiental”. Indicó que, según la Armada de Chile, es una bomba de tiempo, ya que la bahía de Quintero se encuentra saturada. Agregó que existe una “política de hechos consumados”, en que las grandes empresas actúan a su antojo, amparadas en organismos públicos, como la Conama, el Corema, la Seremi de Vivienda, la Dirección de Obras y el Municipio. Ejemplo de esto es lo que pasó con la construcción de la termoeléctrica Campiche: todos esos entes públicos coadyuvaron para que la empresa AES Gener “se metiera al bolsillo” el Plan Regulador Intercomunal de Valparaíso, que había determinado que esos terrenos son una Zona de Riesgo (ZR-2), lo que implica que no se podía iniciar ninguna construcción. Sin embargo, todas esas instituciones estatales hicieron “la vista gorda”, y aprobaron la ejecución del mencionado proyecto.
Pero, gracias a los abogados del Consejo Ecológico –que interpusieron recursos de protección contra la Corema-, en diciembre recién pasado, tanto la Contraloría General de la República, como la Corte de Apelaciones de Valparaíso, emitieron dictámenes que declaran ilegítima la construcción de dicha planta. Además, el órgano del poder judicial establece que el proyecto atenta contra la garantía constitucional de vivir en un ambiente libre de contaminación.
La Corema apeló –junto a la empresa AES Gener- a la Corte Suprema.

Cristian Sotomayor Demuth

Publicado en El Ciudadano Nº65, página 6, enero 2009.