martes, abril 30, 1996

Verónica Mandiola, retornada de Suiza:

“El microempresariado es una nueva clase trabajadora”

Al igual que muchos compatriotas, Verónica Mandioca retornó para convertirse en una microempresaria. Como la mayoría, creía que bastaba con un taller equipado, saber algo de las técnicas productivas y tener ganas. A porrazos aprendió que no es suficiente querer ser independiente, que se necesitan muchos conocimientos de gestión empresarial.

Por Cristian Sotomayor

“Tenía 15 años. Mi papá era dirigente sindical –nos contó Verónica Mandiola- y ocupaba un cargo, puesto por el gobierno de la UP, en la Compañía de Teléfonos. Después del Golpe, salimos los seis hermanos, con mi madre, solos, a Perú, porque mi padre no podía salir de Chile. Se suponía que íbamos a estar de diez a 20 días, esperando que algún país del mundo nos recogiera, y estuvimos un año y medio. Podíamos ocupar el país, pero no estudiar; y mi papá no podía trabajar cuando llegó seis meses después, en marzo de 1975. Fue la peor época de mi vida, realmente súper difícil. La Cruz Roja Internacional nos daba alimentación; había un comité de ayuda que era de una ONG, y lo que hicieron fue, verdaderamente, hacinarnos en casas. Alguien descubrió por ahí que era muy buen negocio tener refugiados chilenos en sus casas, y lo que en principio fueron pensiones más o menos cómodas, al final todo el mundo después tenía ofrecida una casita para hospedar chilenos. Vivíamos diez, quince familias en una casa que era para una.

De ahí nos fuimos a Suiza. Allá estábamos analfabetos, ciegos, sordos y mudos. Yo, al mes de estar en Suiza, me fui a trabajar a una cocina de una escuela. Estábamos en la parte suiza que habla alemán, en Berna. Ahí nos recibió primero una ONG, un comité de asistencia, que lo que hizo fue ubicarnos en un departamento y buscarnos trabajo. Alcancé a trabajar cuatro meses en la cocina; de ahí me sacó el médico porque me enfermé. Después estuve en distintos trabajos: en una tienda fotográfica, donde aprendí un poco de fotografía, e hice aseo en distintas casas. Y estudié el idioma en primer lugar, que más que nada lo aprendí en la calle, conversando con la gente, viviendo, por último, porque tenía necesidad imperiosa de poder hablar. Después que logramos aprender el idioma, ahí la cosa se facilitó un poco. Además empiezas a entender el país, a conocer las leyes. Te enteras de que no tienes derecho a nada en realidad; ciudadana de segunda o tercera categoría. Y, fundamentalmente, lo que hicimos en Suiza fue dedicarnos al trabajo solidario con Chile. Esa era nuestra razón de vivir y la actividad primordial. Una, era trabajar para sobrevivir, y, la otra, era vivir en función de la solidaridad, mandando plata a los comedores populares, a las agrupaciones de niños, a la Vicaría de la Solidaridad, a los presos políticos, a los familiares de los presos políticos, etc.

Pasaron 15 años y más en Suiza, hasta que se dieron las condiciones más o menos para poder volver, y más que las condiciones, yo creo que la necesidad imperiosa de volver. Si bien tuvimos hartas satisfacciones, o sea, de todas maneras se vive y se disfruta; no puedo decir que nos llevamos sentados llorando, pero sí en función de volver. Eso de estar con las maletas listas es así, es estar siempre en función de volver, es no armar casa, no comprar nada, porque queríamos volver a Chile”.

-¿Qué significó instalarte con una microempresa?

-Me vine el 89, sola, con los dos niños chicos. Mi marido se quedó un año, pagando un crédito que habíamos contraído para poder instalarnos aquí. Llegué, me compré una casa, y un día se me ocurrió la genial idea de trabajar “independiente”. Junto con otro retornado de Suiza, instalamos un taller de muebles, con lo mínimo indispensable. Es decir, en ese tiempo, fue una inversión de 300 mil pesos en maquinaria y otros 300 en materia prima, y punto, y partimos. La técnica era con madera de roble, extraída de las demoliciones. Mi marido trabajaba en Suiza en una fábrica de muebles. A su regreso, aprendió la técnica y comenzó a diseñar los productos.

Tuvimos dificultades por miles; no teníamos idea que había que hacer iniciación de actividades, que había que tener patente, que para tener patente tenías que andar por 25 mil oficinas para que al final igual te dijeran que no. Hasta los términos; a mí me hablaban de iniciación de actividades y era chino. No tenía idea; y dónde se hace eso, y cómo se hace… Por ahí, preguntando y preguntando, llegué a la Consultora Técnica del PET, lo cual creo, hasta hoy, y lo he dicho en todas partes, que es la más efectiva de todas estas organizaciones que prestan distintos apoyos, porque ahí verdaderamente me orientaron harto. Ahí supe todo lo que significaba instalarse con una empresita, que, si bien era chiquitísima, las exigencias son, creo, hasta más que para las grandes. Te persiguen mucho más. De hecho, las grandes evaden impuestos, no cumplen con un montón de requisitos que te piden sanidad, que te pide la municipalidad, etc., sin embargo, siguen funcionando. A nosotros, no.

El taller estaba ubicado en la misma casa. En el patio de la casa partió siendo un galpón que construimos, y terminó siendo una pieza bastante bien hecha. La casa está ubicada en la comuna de Providencia. Ahí estuvimos funcionando como un año y medio más o menos, hasta 1992-93. A esas alturas nos dimos cuenta que no era suficiente con tener máquinas y materia prima, que era necesario capital de trabajo, que era necesario un montón de cosas más para poder mantenerse. Y, tuve que vender la casa. En ese momento creía que era lo más terrible y que con eso podía salir, ahora sé que no. La casa de Providencia la vendí muy bien; es el único negocio que he hecho bien en mi vida. Con eso arrendamos un local, le metimos plata al taller y compramos otra casa. De ahí, hasta ahora, en lo que a empresa se refiere, creo que le achuntamos con el producto, porque gusta, es de buena calidad; actualmente la gente lo busca, pero recién ahora estamos aprendiendo lo que significa gestión, que es fundamental-.

-¿Cuáles fueron las causas del descalabro?

El descalabro empezó en septiembre del 94, y en septiembre del 95 se fue a pique. Un año de sujetar, sin convencerme de que tenía que cerrar y despedir gente. En esa época, intentamos asociarnos con un pequeño empresario. No era del rubro muebles, pero se combinaba con lo nuestro. En el intertanto, habíamos postulado al crédito para retornados del Banco del Estado. La Consultora Técnica del PET nos elaboró un proyecto. Lo aprobaron y nos entregaron $ 12 millones, quedando nuestra casa hipotecada en el Banco. Y no resultó, por alguna parte la plata se escapó, y nunca logramos saber de dónde. Intenté averiguarlo, y, después, al final… la plata se fue, no sé por donde…

Eso fue hace dos años, casi. Y tuvimos que empezar otra vez prácticamente de la nada, endeudados y con la casa hipotecada.

Después, nos metimos en una exportación a Suiza. Pensaba que era llegar y hacer. Tuvimos que pagar horas extras para cumplir con los pedidos. Aprendimos que no se podía improvisar con los tiempos de producción. Por desconocimiento, la primera mitad del dinero se me fue en pagar trámites y fletes. Al final, los gastos fueron más que los ingresos. Eso terminó de liquidarnos. En octubre de 1995, despedí a todos los maestros.

Hoy estoy con la casa a punto de salir a remate, porque ya hace cuatro meses que no puedo pagar la cuota al Banco. Estuve dos años pagándola puntualmente. En todo caso, el Banco está cumpliendo con su deber; es responsabilidad mía, tengo que pagarlo. Muchos retornados pensaron que el crédito era obra de beneficencia, pero el sistema no funciona así.

El descalabro fue con todo. El taller está en este momento cerrado, lo estamos ahora empezando a trasladar para hacerlo funcionar en otro sitio. Quedan las máquinas, pero todavía tienen una deuda, porque las compré por leasing. Estoy intentando parar el taller de nuevo, en una parcela prestada, fuera de Santiago, pero dentro de la Región Metropolitana.

En este momento no tengo nada. No tengo otra entrada o ingreso. El arriendo de la casa en que estoy viviendo no lo pago yo, sino que un familiar. No vivo sola tampoco aquí. Estoy intentando vender mi casa antes de que salga a remate; con eso pagar la deuda del Banco, levantar la hipoteca y quedarnos con un poco para pagar el resto de las deudas, que son hartas-.

-¿Qué moralejas o lecciones has sacado de esta experiencia?-

-Me considero la principal culpable de este descalabro. Me sobre estimé, y soy un ser humano no más.

No sé cómo calificarlo la verdad, pero el problema es que uno llega a este país creyendo que lo chileno es magnífico, todo es bueno, todo es solidario, todo es cierto. Pero, la verdad es que no es así, es mucho más difícil, y el sistema no se apiada de tu ignorancia. Por ejemplo, no tenía conocimiento de los precios que tienen las cosas aquí.

Tuve que aprender a porrazos.

En la práctica, hice un curso intensivo de lo que no hay que hacer para desarrollar un negocio. Es imposible partir sin tener un capital de respaldo, no basta tener las ganas de trabajar, unas pocas máquinas y unas pocas materias primas. Ahora ya conozco conceptos como marcha blanca; en ese tiempo pensaba que era hacer y vender. Hay que saber un montón de cosas, por ejemplo, cómo implementar una línea de producción; no se puede hacer el productito que te pidieron fabricar y venderlo, o sea, hay que aprender a hacer una línea de producción, que no es lo mismo que fabricar un objeto; es toda una planificación, una programación. Por otra parte, la gestión no es nada fácil, es decir, la microempresa, por chica que sea, tiene que cumplir igual con todos los requisitos que una empresa grande, y, al mismo tiempo, necesita tener también todo el modo de funcionamiento de una empresa, aunque sea a escala menor. Entonces, tú tienes que tener un montón de conocimientos; no es suficiente tener ganas de trabajar como independiente. El peor error fue pensar en salvarse con un crédito. Si no se puede hacer, porque no existe capacidad, no hay que hacerlo. Porque sin saber gestionar, el préstamo no te sirve de nada, y termina convirtiéndose en un salvavidas de plomo.

Para una mujer es más difícil ser empresaria; tiene que pasar en la calle, revolverla y pelear con el mundo. Hay personas que me han dicho que, sabiendo cuatro idiomas, podría estar ganando más en un empleo asalariado. Por eso me miran como bicho raro. Pero mi decisión es intentarlo de nuevo-.

-¿Cuál es tu opinión de las ONGs y organismos públicos que dicen apoyar a la microempresa?-

-Creo que en este momento las ONGs están fuera de la etapa que están viviendo las microempresas. El microempresariado en este momento es una nueva clase trabajadora; está en un proceso de desarrollo, de crecimiento, y, las ONGs, si bien desarrollaron un papel muy importante durante la dictadura, y en el tiempo inmediatamente después, en el sentido del apoyo, ahora están algo perdidas. A mí no me gusta la palabra apoyo, porque se ha tergiversado, se ha mal interpretado; se entiende como el dar, como limosna, como solucionador de problemas. Para mí, debería ser un trabajo en conjunto, en este momento. En primer lugar, los talleres surgieron porque la gente no tenía dónde agruparse, porque las organizaciones políticas estaban prohibidas, la gente se empezó a juntar por una necesidad política, de volver a aglutinarse, de protegerse. Y, después, por una necesidad económica, lógico, poder, además, solucionar el problema de cesantía, fundamentalmente, de la cantidad de presos políticos, de desaparecidos, y de alguna manera había que seguir sobreviviendo. Claro, entonces, en ese momento era apoyo, la palabra apoyo de las ONGs era fundamental. Pero hoy debería ser un trabajo en conjunto, como que los profesionales con que cuentan las ONGs trabajaran muy a parejitas con el microempresario que tiene su fuerza de trabajo, que tiene sus pocos recursos, y que muchas veces no sabemos cómo utilizarlos. Porque eso que se mantenga el apoyo todavía, produce también dependencia, porque la gente se acostumbra a que le solucionen las cosas, a que les hagan las cosas, y muchas veces ni siquiera alcanzan a darse cuenta de las tremendas capacidades o potencialidades que tienen.

Yo creo que hay ONGs que han iniciado ese cambio. De hecho, hemos dado estas discusiones, por ejemplo, con las ONGs, es el caso del proceso que vivió la Fesol. Empezamos con un Consejo Consultivo que, con el tiempo, pasó a adueñarse de la feria por medio de una cooperativa. Eso debería darse en todo ámbito, porque, o si no, la gente nunca se va a comprometer.

Ahora, los apoyos de gobierno me parecen totalmente insuficientes, me parecen mal enfocados. No me gusta la idea, por ejemplo, de que para que un grupo de microempresarios obtenga un financiamiento Fosis, tengan que hacerlo junto con una ONG, y, que, finalmente, quien recibe el financiamiento es la ONG, y el microempresario lo recibe después, y parcelado-.

-¿Qué nos puedes contar de tu experiencia asociativa?-

-Hay hartos talleres que trabajan para la gran empresa, lo que significa que ésta se ahorra imposiciones y todo lo que significa mantener un personal estable. Y, por otra parte, le vende baratísimo a las grandes tiendas, y son éstas o los grandes diseñadores los que se lucen y aparecen en las revistas con determinados productos que no son de ellos, son de talleres anónimos. Yo creo que todo eso la gente está tomando conciencia, y está pensando en que es necesario organizarse primero, para luego imponerse. La pequeña producción popular es un alto porcentaje de la capacidad productiva de este país, y no se reconoce.

El proceso de agrupación de las microempresas ha sido muy complicado. Ahí yo no sé verdaderamente cuáles son los factores que influyen, pero se crean asociaciones y después ya no funcionan; la gente se va cada una por su lado, los dirigentes terminan haciendo todo, dejan botados sus talleres y revientan; hay chismes y problemas entre ellos mismos. Cuando llega el momento de sacrificarse, listo, terminó la intención de seguir trabajando organizados. Cuando hay que correr riesgos, la gente se asusta y se va. La gente se acostumbra a que le solucionen todo. Las microempresas se hacen competencia, y tratan de aplastar al otro. Hay gente que no está dispuesta a organizarse, que adopta una solidaridad coyuntural, por conveniencia propia. El problema es que yo creo que los seres humanos somos intrínsecamente egoístas. O sea, igual prima la individualidad. No todos se comportan así, por supuesto, nada de esto es generalizado; sí existe gente maravillosa. Creo en la solidaridad, pero como toma de conciencia, no como algo dado. Pienso que tenemos el potencial para cambiar el sistema. El drama actual es que nos automiramos en menos, y entregamos el poder, por lo que nos imponen y nos manejan. Debemos crear conciencia de esto. Mi sueño es poder formar bloques de talleres y microempresas, que tengan la suficiente fuerza para enfrentar la prepotencia de la burocracia y de las grandes empresas. El camino es hacer cosas concretas. A esto apunta el proyecto del Centro de Negocios de los Talleres Laborales. La idea es arriesgarse juntos en comercializar en común. La primera etapa, en que estuvimos ocupando un local en el barrio Patronato, el año pasado, fue un tiempo de aprendizaje, sobre cómo se hace un centro de negocios: tiene que ser una empresa. Los que se metan, que estén dispuestas, con todo. En esa experiencia no perdimos ni ganamos. Lo más positivo fue la cantidad de contactos y de gente que se entusiasmó con la idea. Durante este verano se paró para repensar el asunto. La falla: “el que mucho abarca, poco aprieta”. Hay que partir de a poco; no con el estilo mercado persa. Ahora hay seis personas en el Centro, y tienen un vendedor. El objetivo es que sea un departamento de comercialización de una cierta cantidad de talleres-.

(Publicado en el periódico La Hoja de la Economía Popular y de Solidaridad, Nº105, marzo-abril 1996, páginas 1, 6 y 7)