jueves, noviembre 30, 1995

Chilenos que olvidan que son mortales

El síndrome del poder súbito

Por Cristian Sotomayor

Julio César, cuando el pueblo romano lo ovacionaba, le construía arcos de triunfo en mármol, lo recibía con vítores y gran jolgorio, disponía –cuenta la historia- que a su lado fuese un esclavo que debía repetirle constantemente: “acuérdate que eres un hombre mortal”. En estos tiempos que la modernidad invade Chile, hay muchos nuevos poderosos a quienes les vendría muy bien que, aunque fuera de vez en cuando, alguien les dijera al oído: “no te creas la muerte, porque, a pesar que se te olvide, inevitablemente te vas a morir algún día”. Y esto no corre solamente para los que conforman el “club político”, sino que para el ejecutivo, el deportista, el cantante, el actor o el conductor de un programa de televisión; ese que, hasta el día de ayer, iba a un supermercado como cualquier otro, pero que, de ahí en más, ya no saluda a nadie, dispone de poco tiempo, y “si te he visto, no me acuerdo”. Pero eso no es todo, el “síndrome del poder súbito” se caracteriza, además, porque quienes ocupan cargos de autoridad, comienzan a caer en favoritismos, negociados, pititos y otras formas de uso dañino de su posición.

“El poder cambia inevitablemente a la persona, porque el observador se modifica”, indicó Esteban Valenzuela, alcalde de Rancagua. “Me he puesto más pontificador, más flojo en la casa (ahora tengo chofer y secretarias que sirven café, cuestión que nunca había tenido). Alejandra, mi señora esposa y “primera dama comunal”, con su ceño de sicóloga, vive diciendo que estoy más mandón en lo cotidiano”. Y, como para redondear, el edil remató: “Lo que pasa es que los poderosos de Chile nos enfermamos de poder, porque los chilenos sacralizamos el poder”.
Si de enfermedades se trata, el año 93 se publicó el libro El virus de altura, obra póstuma de la diputada del Partido Humanista, Laura Rodríguez, quien definió así el fenómeno de “separatividad” de la gente que le ocurre a quienes llegan a cargos de poder. Pía Figueroa, ex ministra de Bienes Nacionales, contó que, cuando el viudo de Laura supo que se estaba haciendo un reportaje acerca del virus en cuestión, acotó: “Hoy día, en Chile, ya no se trata de una simple enfermedad, sino que hay una epidemia generalizada”.
¿Pero, cuáles son los síntomas de esta afección? Para la ex ministra, no es el poder en sí el que transforma a las personas, sino que “es la ilusión de que tú eres un ser especial, distinto, y el olvido de las condiciones que te llevaron al cargo que ocupas; se trate de un puesto político, deportivo, o que seas un artista famoso, etc. Es el típico caso del médico que no quiere que sus padres lo vengan a ver al hospital, porque ellos son de origen rural y pueden llegar con la canastita, con el pan amasado y la pata de pollo. Y este médico, que se considera tan importante, se avergüenza de su origen. Eso ya es el “virus de altura”: un olvido de la condición que originó tu proceso”.

“Comuníquese con mi Jefe de Gabinete”

El síndrome se manifiesta más notoriamente en la “clase política”. Hay un conjunto de códigos, señas, actitudes y comportamientos que han pasado a ser propios de este particular “club”: ahora, hasta el funcionario más rasca tiene su jefe de gabinete; hay una seguidilla de secretarias que te bloquean y te impiden tener “audiencia”; autos de lujo y choferes tiempo completo. Pía Figueroa lo describió muy bien: “Lo que pasa cuando estás ocupando un cargo es que el sistema, para facilitar tu desempeño, implementa toda una organización para ti. Lo más impactante fue, por ejemplo, salir al exterior. Cuando tú vas a otro país, te demoras bastante rato en llegar al aeropuerto. Después, tienes que esperar chequeando tu pasaporte, tus maletas, que la policía internacional, etc. Bueno, todo eso, si tienes un cargo, te lo saltas. Te maneja un chofer y tú vas leyendo cualquier cosa. Puedes estar en cualquier parte del mundo y entras directo a un salón vip, donde no ves a nadie, no te comunicas con nadie y, directamente, pasas al avión. No ves a la gente. Bueno, resulta que me empezó a dar una desesperación de inhumanidad. Necesitaba compartir con alguien el viaje y comencé a viajar en clase turista; necesitaba estar con gente. Ese cambio fue un “antídoto” para contrarrestar esa ‘separatividad’ de la gente que te produce el poder”.
Para qué hablar de los parlamentarios. Suele ocurrir que dan la espalda a la gente que los eligió. Hoy cuando llegan los electores a verlos al Congreso, les dan la espalda porque al otro lado está la prensa. Entonces, es mucho más importante estar en los medios de difusión que escuchar, por ejemplo, el problema que tiene una pobladora en ese distrito. “Me parece que estamos viviendo en una época en que la exterioridad es lo que prima. El afecto, el sentimiento, la motivación por el cambio, el jugarse por un proyecto, no es hoy día un valor. Hoy día es un valor lo más externo: cómo te ves, cómo te ven los demás, cuánto tienes; esta cultura de la ostentación espantosa. Entonces, basta que exhibas algunos de estos objetos ostentosos como para que inmediatamente generes en el oto una situación de distancia, y te colocas por encima del otro. Porque acá, en Chile, hoy en día, a mí me parece que hay una fuertísima distancia social. A diferencia de otras épocas, en que me parece que había una vocación, más bien, de servicio público, hoy en día se busca el beneficio personal. Se hacen muchos negocios; la gente se ubica en esos cargos por beneficio propio o de su familia más directa. Y hay todo un tráfico de influencias que no podemos negar: el “apitutamiento”. “El poder –insiste Pía Figueroa- hace olvidar a la muerte, hace olvidar la fragilidad, lo efímero que es la vida y, lo importante, es vivirla buscando una consecuencia, buscando ser fiel a ciertos valores, buscando no traicionarse a uno mismo. Te aseguro que si tuviéramos un poco más de sensibilidad respecto al hecho de que nuestra vida es tan corta, trataríamos de vivirla mejor, de darle un poco más de sentido”.

De antídotos y terapias

Fueron los humanistas, justamente, quienes buscaron un “antídoto” institucional. En mayo del año 90, pusieron en el Congreso un proyecto de ley de responsabilidad política. Pretendía que si alguien iba a ser candidato tuviera que anexar a su inscripción en el servicio electoral, una síntesis de su programa firmado ante notario. De este modo, la gente podría saber por qué propuesta vota y, una vez al año, evaluar el desempeño de su elegido, a quien, en caso de haber dado la espalda a sus compromisos, se le puediera remover de su puesto en el Congreso. Sin embargo, ningún parlamentario, a excepción de la diputada Laura Rodríguez, se mostró dispuesto tan solo a considerar ese proyecto para ponerlo en la tabla de discusión.
Por lo tanto, lo único que en este momento tenemos son “antídotos” personales. A continuación enumeraremos algunos, que fueron confidenciados por algunos poderosos “atrevidos”:
-“Reforzando los vasos comunicantes con los líderes de las organizaciones sociales” (Ricardo Brodsky, del Ministerio Secretaría General de Gobierno).
-“El poder agarra y uno piensa que ya no se puede vivir sin el poder. Lo peor es el punto en que la persona se ve a sí misma como autoridad. Como le escuché una vez a Jodorovsky en el Campus Oriente de la UC: ‘Hay que morir y volver a nacer muchas veces’. Por lo tanto, es el descueve poder decir: ‘Dejo el poder’. La gente no cree esto; todos dicen que después de alcalde hay que ser diputado, senador y terminar de ministro. Lo clave es ‘ser’ una tormenta de pasiones y sueños, que tienen en el poder un paso, un instrumento de realización temporal” (Esteban Valenzuela, alcalde de Rancagua).
-“Sentir que lo que uno hace no lo hace solo; lo hace siempre con otros; siempre hay un equipo. O sea, lo que me permitió el logro de determinada acción, si ésta es de gran envergadura, siempre lo vas a tener que hacer con otros. Y como lo lograste con otros, tú no tiendes a percibir que a ti te pertenece toda la gloria. Y, quizás, por el lugar en que estás situado, en ese punto te tocó a ti hablar, te tocó a ti recibir el mayor aprecio, respaldo. Pero yo he percibido que la mayoría de las acciones que he emprendido, en las que he puesto mis energías, mis sentimientos, mi trabajo, lo he hecho con otros”. (Oscar Santelices, gobernador de la provincia Cordillera).
-“No es que yo quiera hacer cosas que me separen o que no me separen de la gente; yo quiero hacer cosas que no me separen de la vida. Para un político, por ejemplo, el 18 es la oportunidad de ir a taquillar y ver a toda la gente que tú no has visto en tu trabajo político; ir a las fondas para que te vean que estás ahí. Entonces, si yo hubiese respondido un poco a la lógica política, me voy a las fondas en Cerro Navia y Lo Prado. No, yo agarré mi maleta y me fui al salar de Surire, al interior de Arica, y me encerré y me alejé de toda la gente, y me conecté un poco conmigo, con el desierto, con los azules, con los violetas, con parte de algo que tú pierdes en la política, que es el derecho a la privacidad, que es el derecho a la solicitud, la posibilidad de estar desconectado. Ese tipo de terapia lo hago frecuentemente. Y he tratado de hacer mi vida de política hasta los sábados en la mañana, e irme fuera de Santiago. Tengo una parcelita, en la cuesta La Dormida, en unas quebradas por ahí, con caminos de tierra; y es mi manera de entrar en la terapia de la humanidad. La política es deshumanizada, es la lucha por el poder; te pueden acuchillar mañana. Es estar hoy aquí y mañana no estar en ninguna parte; y no hay un momento de dimensión humana, afectiva, reflexiva. Tres o cuatro veces a la semana trabajo como médico; me interesa no alienarme de mi profesión, y hacer política desde lo que yo soy. Me dedico a la fotografía; soy un coleccionista de cosas antiguas; me paso en demoliciones, viendo puertas y ventanas. No sé, ¿te das cuenta…?” (Guido Girardi, diputado del PPD).
-“Para mí, estando en el gobierno de Aylwin, un antídoto importantísimo fue engendrar otra vida, tener una guagua. Este cuerpo estaba habitado por dos bichos, no era sólo yo, sino que había otro germen que empezaba a desarrollarse. Me pasó que comencé a conectarme con la situación, no solamente de cualquier mujer, sino de cualquier hembra, que tiene su cría. La naturaleza del cuerpo me conectó con la vida, y me di cuenta de que ser un ser humano es ‘requete’ complicado. Y que es una cuestión intencional, construida, buscada; en que tú constituyes día a día si quieres serlo. O puedes ser un animal también, en el sentido más brutal de la palabra. El hecho de estar gestando otra vida me produjo una situación de optar por comportarme, desde el poder, como un ser humano capaz de comprender a otros, de recibir a otros, de abrir las audiencias públicas, de ir a terreno, de ir a entregarles un título de dominio a cada uno de los favorecidos. Fue significativo, porque sentí que volvía a mirar a las otras personas como seres humanos, y no ya como escalones para catapultarte a ti mismo más arriba, porque siento que hay una mirada muy cosificadota de los demás cuando estás en el poder”. (Pía Figueroa, ex ministra de Bienes Nacionales).
Sin embargo, no basta con los antídotos o terapias personales. La estructuración del poder en nuestro país es un verdadero “caldo de cultivo” para síndromes o virus que afectan a quienes poseen cargos de autoridad. La concentración y la centralización del poder llegan a niveles extremos, y la tendencia parece no revertirse. Aunque hay signos de cambio, que hacen todavía no “tirar la toalla” o “irse para la casa”: tímidas reformas para dar mayores atribuciones a los gobiernos comunales y regionales y, lo que es más importante, gérmenes de autoorganización de la sociedad civil. Estos últimos son los que, a la larga, podrán reconstituir el tejido social de Chile, que es la más efectiva vacuna o suero para combatir las enfermedades del poder.

(Publicado en la revista el canelo Nº 69, noviembre 1995. Sección “por el chorro”, páginas 34 y 35).

Ricardo Brodsky, director de la División de Organizaciones Sociales:

“Todavía los chilenos son tratados como menores de edad”

Impulsor del movimiento de renovación socialista desde fines de los años setenta, Ricardo Brodsky fue dirigente de la primera Fech post golpe y, en las últimas elecciones, candidato a diputado por el PPD. En su actual cargo, como director de la División de Organizaciones Sociales del Ministerio Secretaría General de Gobierno, asume las paradojas de vivir entre dos racionalidades distintas y que muchas veces se contraponen: Estado y Sociedad Civil.

Por Cristian Sotomayor Demuth

La División de Organizaciones Sociales (DOS) fue el organismo desde el cual el régimen militar manipulaba a las organizaciones sociales. Les daba dinero; las convertía en su clientela. Acarreaba a la gente para los actos masivos; era el núcleo coordinador de las movilizaciones oficialistas; un órgano militarizado y fascista. Con el advenimiento del gobierno de Aylwin, este aparato se convirtió en algo distinto, aunque mantuvo lastres del pasado. Por el cambio en las concepciones políticas, se pasó de una relación de manipulación del mundo social, a un vínculo de respeto. Se comenzó a valorar la autonomía de las organizaciones. No obstante, se siguió manteniendo una suerte de red de activistas para apoyar las movilizaciones del gobierno, aunque sin mucho éxito. Al asumir Ricardo Brodsky la dirección de la DOS –en el gobierno de Eduardo Frei-, se dio un nuevo paso.

-Tu tendencia fue siempre apoyar el fortalecimiento de la autonomía de los movimientos sociales. ¿Cómo se refleja eso en la orientación que ha tomado la DOS en el actual período?

-Con el nuevo gobierno, hicimos varias definiciones de principios. Primero, negarnos absolutamente a cualquier actividad que significara acarreos de gente: poner micros para manifestaciones de apoyo a cosas que hicieran los ministros o el presidente. Segundo, establecer esta División como una instancia de comunicación directa, entre el gobierno y la sociedad civil organizada. Todo nuestro proyecto son programas donde el acento está puesto en la relación de comunicación y participación de la gente. No en un sentido propagandista; de llevar mensajes unilaterales, del gobierno a la gente, sino que de comunicación como creación de espacios de encuentro y de interrelación entre el gobierno y la gente. La idea es que se produzca una retroalimentación, donde el gobierno escuche y donde la gente también escuche al gobierno, y se informe.

Estamos buscando, a través de nuestros programas, generar instancias de participación social y de organización de la gente. Pero, sin ser nosotros los que los organicemos ni los que les demos plata para hacerlo o para que hagan actividades. Queremos que sea, realmente, una cosa auténtica, es decir, generando los espacios para que la gente los ocupe y que, a partir de allí, desarrollen su propio cuento. Sin embargo, eso no es fácil, porque la relación que la gente espera con el gobierno es, en cierta forma, media paternalista y de “cliente”. Hay organizaciones sociales a las cuales yo les tengo que “exigir”, por decirlo de alguna manera, que vayan adquiriendo grados cada vez mayores de autonomía.

Delegar poder a la comunidad

-¿Será esto expresión de la cultura organizacional del chileno?

-Yo creo. Tiene que ver con cómo se ha constituido todo este mundo social, sobre todo el mundo vecinal. Han sido muy dependientes de los gobiernos, de los municipios, y siempre con una relación reivindicativa respecto del Estado. Y no una relación de autonomía, de desarrollar sus propias iniciativas, al margen de cuáles sean las políticas del gobierno.

Lo que pasa es que yo creo que el Estado chileno, por el tipo de régimen colonial –desde ahí se parte- se siente como con la tarea de construir la sociedad. Si tú piensas en la estructura del Estado chileno, es de ocupación del territorio: las intendencias, las gobernaciones; todas las autoridades delegadas del presidente. Es una estructura autoritaria y paternalista en relación a la sociedad. Ahora hay un esfuerzo por revertir eso, y constituir gobiernos regionales; darle capacidad de decisión sobre el presupuesto. Pero, todavía no se ha entrado en eso, en que ellos puedan generar sus propios ingresos; que tengan la posibilidad de tributar distinto una región de otra.

-¿Crees que es posible, desde un organismo estatal, promover efectivamente el desarrollo autónomo de las organizaciones y movimientos de la sociedad civil?

-La participación social, la autonomía de los movimientos sociales, el fortalecimiento de la sociedad, es delegar poder a la comunidad. Es un Estado que entiende que su tarea es delegarle el poder a la gente, más que concentrarlo.

Yo creo que, dentro de la Concertación, si bien hay una definición teórica favorable a la descentralización, a la desburocratización, a la modernización del Estado, lo cierto, también, es que hay un cultura política, administrativa, y tecnocrática –porque también hay un idea tecnocrática de la modernización, que no tiene nada que ver con la gente-, que se opone, en cierta forma, a ir generando esta delegación de poder. Le tiene miedo a que las cosas se caoticen, a que la gente no tenga la madurez suficiente como para tomar sus propias decisiones. Todavía los chilenos son tratados como menores de edad, en muchas cosas. Desde el ámbito de que existe censura; una cantidad enorme de decisiones que la gente debería tomar por sí misma, y el gobierno cree que las tiene que tomar él. O los parlamentarios, que creen que tienen que estar dictando leyes sobre cada cosa; cada día dictan más normas represivas. Esa es parte de la mentalidad conservadora que se ha impuesto.

Ahora bien, obviamente, la modernización del Estado va a implicar una reducción del tamaño del Estado, y una reorganización del Estado. Uno podría, por ejemplo, tener en este país muchos menos ministerios de los que hay; podría suprimir una cantidad importante de servicios y de divisiones, o iniciar un proceso que lleve a eso. Por un lado, transfiriéndole responsabilidades a la sociedad, a ONGs, a empresas, en fin… No te digo deshaciéndose de los problemas. Esa es la manera en que la derecha hace la modernización del Estado; dice: ya no me encargo más de los jubilados, y los deja en la calle. No es esa la fórmula, se trata de externalizar muchas de las acciones que realiza el Estado, entregándoselas a organismos privados, como corporaciones o instituciones de ese tipo. Esto implica ir reduciendo el tamaño del Estado; quizás no reduciendo el gasto público, pero sí el tamaño del Estado. A mí no me hace ningún problema si el día de mañana no existiera más la División de Organizaciones Sociales.

Autogobierno y organizaciones emergentes

-El movimiento alternativo plantea la configuración de un sector de economía solidaria, que no sea estatal ni capitalista, sino social. ¿Tú le ves alguna viabilidad a esa idea, en Chile hoy?

Yo creo que debería ser una estrategia de desarrollo, de superación de la pobreza, fomentar esa línea. El actual modelo, en términos globales, es concentrador de los recursos, de las decisiones; es tecnocrático, en el sentido de que requiere siempre cada vez más especificación y sofisticamiento para poder tomar esas decisiones o para participar en ciertos círculos de decisiones. Si se quiere una sociedad más democrática, con una distribución del ingreso más equitativa, está obligado a desarrollar otro tipo de círculos de desarrollo económico y cultural.

Lo que es claro es que aquí falta un impulso fuerte a todo esto que se denomina el “tercer sector”. La ausencia de una política hacia la microempresa, es un ejemplo de ello.

Yo creo que se puede hacer desde el Estado una política de fomento hacia la microempresa. Con una legislación adecuada, que tiene que hacerla entre el parlamento y el gobierno, con un sistema de acceso a crédito, que fomente también el mercado a esos niveles, con capacitación. Y eso debería ser una parte bastante central de un plan de superación de la pobreza.

-¿Crees tú que hay señales de recomposición del tejido social en Chile?

-Yo pienso que hay organizaciones que están, no sé si en una caída definitiva o no, pero que claramente presentan síntomas de agotamiento. Por ejemplo, las juntas de vecinos urbanas, en general tienen dificultades para reunirse, para elegir nuevas directivas; son poco atractivas para los jóvenes, y tienen muchos problemas. No así a nivel rural, donde juegan un papel casi de gobierno local. O sea, en un pueblito rural, en que caben 60 casas, la junta de vecinos administra los espacios públicos, entrega sitios -si es que los hay-, y dictamina una serie de normas que la gente las toma como propias. Hay una cierta instancia de autogobierno bien interesante que ejerce la junta de vecinos, y, a veces, cuando no existe esta organización, es el club deportivo.

Yo creo que hay otro tipo de organizaciones emergentes, que le están dando cierta potencialidad al tema. Por ejemplo, en el ámbito del medio ambiente. Ahí hay un tema que está adquiriendo mucha fuerza, sobre todo en la gente joven, que, de alguna manera, está reemplazando a los viejos temas medio ideológicos. Una cosa interesante es que estos movimientos no están llegando al Estado para que les solucione los problemas; están constituidos con otra lógica. Yo, eso lo considero un fenómeno nuevo, interesante, que tiene una gran potencialidad. Y, además, tienen relaciones horizontales entre sí, entre diversas organizaciones, y con sus pares en otros países del mundo. Forman parte de redes internacionales, que hace esto muy interesante. Yo he conocido experiencias de movimientos o grupos de ecologistas de una comuna, como San Joaquín, que no tienen ninguna relación con instancias superiores a nivel nacional, pero sí tienen relaciones con organismos en Inglaterra, Francia, Estados Unidos, etc. Esto era impensable hace algunos años: que un organismo “de base” tuviera relación con otras organizaciones “de base” o no tan “de base” de otros países, sin tener que pasar por una serie de “visados”. Lo de los ancianos también está adquiriendo mucha fuerza (ver recuadro). Nuestra experiencia con las Escuelas de Rock ha sido impresionante. Nosotros pensábamos que en una comuna íbamos a abrir una escuela con 50 cupos; que íbamos a tener dificultades para llenarlos. Y ha sido al revés: hemos tenido que hacer procesos de selección, dejando a 100 ó 200 cabros fuera. Su identidad está dada por una cuestión musical, y están tejiendo unas redes increíbles. Son fenómenos que están sumamente escondidos, que no se expresan, pero que están allí. Y no hay razón para que no se expresen, en la medida en que la gente se vaya atreviendo más, que la democracia se sienta ya como una cosa que está más consolidada; que el clima cultural cambie un poco también. Porque tenemos un clima cultural represivo, como descalificador, segregador de la gente. Pero eso tendrá que cambiar.

Recuadro:

“Segmentando” los interlocutores

Ahora, hemos ido “segmentando” nuestro interlocutor. Estamos trabajando bastante con jóvenes, que andan en el ámbito de la música rock. Ésta es una juventud de alto riesgo, desde el punto de vista de las drogas, de la marginalidad, con cero acercamiento a los organismos del Estado.

Estamos haciendo un trabajo con adultos mayores, que es otra red social, que está pasando a ser un tema emergente en Chile, y con una potencia insospechada, con respecto a lo que significaban organizativamente y como actor social. Ahora, estamos iniciando un programa con distintos ministerios, destinado a apoyar la implementación de ciertas políticas públicas, por ejemplo, en el campo de la droga. Estamos trabajando ahí con el Conace -Consejo Nacional de Control de Estupefacientes-, y con la Universidad de Chile, en tres comunas; es un proyecto de prevención comunitaria del consumo de drogas.

Estamos trabajando con el Ministerio de Salud, en un proyecto que apunta a reconocer el rol que juegan las organizaciones sociales en salud. Por decirte: los clubes de ancianos, de diabéticos, de Leones, de alcohólicos… Y apoyando la constitución de Consejos Locales de Administración Hospitalaria, que son instancias que reúnen a la administración del hospital, a los médicos, con las organizaciones sociales de salud y las organizaciones comunitarias del sector que el hospital está destinado a atender. De manera que las decisiones del hospital consideren la opinión de la comunidad. Estamos trabajando en proyectos del medioambiente también. Ahí hay un tema muy interesante, que es cómo la comunidad participa en el evaluación del impacto ambiental de los proyectos, si bien es una cosa débil, se hacen esfuerzos para que sea cada vez más relevante, y que las oportunidades de participación sean reales.

(Publicado en La Hoja de la Economía Popular y de Solidaridad, Año 13, Nº 103, noviembre 1995, páginas 1, 6 y 7)