“Lo mismo, pero multiplicado por tres”
Por Cristian Sotomayor
El entorno familiar, barrial y de trabajo, nos afecta a todos. Ya lo dijo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Sin embargo, en los sectores populares, la circunstancia de escasez y vulnerabilidad atormenta al yo, y los desequilibrios mentales adquieren mayor agudeza.
“En esa casa la miseria era aplastante. Todos quedaron impactados por el tremendo hedor que allí se respiraba. Amarrado a una de las camas ‘vivía’ el ‘niño-perro’ de San Ramón. La prensa lo bautizó así. Seguramente cualquier familia pudo mirar en la pantalla las crónicas de los informativos. Entre toda esa indigencia, el televisor a colores, parecía ser el único vínculo con nuestra tan anhelada ‘modernidad’. Este es un ejemplo de lo que se vive en los barrios pobres”, indica Carlos Salinas, terapeuta ocupacional del Centro Comunitario de Salud Mental y Familiar (Cosam) de la comuna de San Ramón.
“Si bien los pobres sufren los mismos trastornos emocionales que las personas de otras condiciones socioeconómicas, el padecimiento es más agudo: multiplicado por tres”, agrega Miriam Fuentes, sicóloga y directora de Cosam. “La pobreza conlleva hacinamiento, poco acceso a servicios, carencias e insatisfacción de necesidades básicas. Pero los mensajes que reciben en los medios de comunicación, les muestran un mundo con enormes riquezas, extraordinarios avances científicos y tecnológicos, sobreproducción de artefactos. Y, esto, ligado a una ideología que asocia la valoración personal con el éxito económico, el progreso material, la capacidad de compra o la posesión de cosas, no puede sino generar sus rollos”, indica la profesional.
El “asolismo”: sálvese quien pueda
En los sectores populares existe una pobreza heredada, lo cual provoca una cierta desesperanza aprendida. No tienen las herramientas necesarias para solucionar muchos de sus problemas; las redes sociales son débiles y el sentimiento de abandono es grande. Esta frustración se ha visto agudizada con el actual modelo económico: “Antes –afirma una trabajadora social que se desempeña en La Pintana- los pobladores tenían la ilusión de que organizándose podían conquistar derechos y construir una sociedad más justa. La gente se preocupaba porque percibía que era posible conseguir cosas, ya sea presionando al gobierno o movilizando sus propios recursos”.
Ahora, en cambio, tenemos una población desencantada, apática y sin motivación. El mensaje dominante ridiculiza la cultura popular, los valores y celebraciones de la gente sencilla. Se exaltan las imágenes de la sociedad de consumo, con sus malls, y se pierde el sentido de la gratuidad. Todo tiene precio. El poder, los recursos, la información y el conocimiento están concentrados en los estratos más ricos. El pobre siente una gran impotencia: no hay a quién demandar ni suficientes recursos para ayudarse mutuamente. Se le muestra que la única forma de superación en individual, a solas. Tiene que ‘sacarse la cresta’ trabajando; capacitarse en algo para vender su fuerza de trabajo al otro extremo de la ciudad. Y, para colmo, las condiciones laborales son deficientes y la seguridad de sus empleos se ve constantemente amenazada”.
Los Cosam
Estas circunstancias producen una multiplicación de los trastornos emocionales y enfermedades sicosomáticas. A las depresiones, angustias, neurosis y estrés, se suma la violencia intrafamiliar, la drogadicción y el alcoholismo, el embarazo adolescente y los trastornos de aprendizaje escolar.
Para superar en parte esta realidad, médicos, sicólogos y asistentes sociales han venido proponiendo sistemas terapéuticos que relacionen el tema de la pobreza con la salud mental. Desde 1990, en una acción concertada entre el servicio de salud pública y las municipalidades, se crearon los Centros Comunitarios de Salud Mental y Familiar. Sus objetivos son prevenir conductas que atenten contra la salud mental, efectuar atención secundaria mediante terapias y procurar la rehabilitación de los enfermos. Estos Cosam debían integrarse en las redes sociales de la comuna y difundir el tema de la salud mental, para que fuera incorporado por la gente y sus organizaciones.
Luis Weinstein, siquiatra, plantea la necesidad de incorporar el concepto de autogestión, es decir, que el objeto de estudio se transforme en sujeto y viceversa.
Las mujeres se atreven más
El Cosam de San Ramón conformó una red de salud mental local. Desde hace tres años realizan una feria de salud mental; la última fue sobre la violencia intrafamiliar. “Ahora las mujeres están más informadas, se atreven a pedir cosas, se mueven y quieren participar. Hay menos vergüenza y están más despiertas. Si el marido las maltrata, se atreven a echarlo o a exigirle que se haga un tratamiento”, contó Miriam Fuentes.
En la comuna de La Pintana, en cambio, el Cosam se disolvió, pero en su reemplazo fue creado un Programa de Salud Mental, dependiente de la dirección de salud de la municipalidad. La transformación se debió a que el Cosam estaba demasiado encerrado en sí mismo. No es la gente la que debe acercarse al centro, sino los equipos desplazarse hacia la población, como una manera de que los pobladores sean más partícipes. Para Carlos Salinas estas iniciativas de salud mental son demasiado débiles, pues no tienen una legislación que las proteja: “Están muy a merced de los vaivenes políticos y de los caprichos de las autoridades de turno. Aunque el financiamiento es compartido entre el municipio y el servicio de salud, son fondos sin ninguna seguridad, pues disputan con otros temas importantes, como la infraestructura comunal. Y como la salud mental no es fácil de cuantificar, queda fuera de las asignaciones ‘per cápita’”.
(Publicado en el canelo Nº 67, septiembre 1995. Sección Ágora, páginas 24 y 25)
Por Cristian Sotomayor
El entorno familiar, barrial y de trabajo, nos afecta a todos. Ya lo dijo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Sin embargo, en los sectores populares, la circunstancia de escasez y vulnerabilidad atormenta al yo, y los desequilibrios mentales adquieren mayor agudeza.
“En esa casa la miseria era aplastante. Todos quedaron impactados por el tremendo hedor que allí se respiraba. Amarrado a una de las camas ‘vivía’ el ‘niño-perro’ de San Ramón. La prensa lo bautizó así. Seguramente cualquier familia pudo mirar en la pantalla las crónicas de los informativos. Entre toda esa indigencia, el televisor a colores, parecía ser el único vínculo con nuestra tan anhelada ‘modernidad’. Este es un ejemplo de lo que se vive en los barrios pobres”, indica Carlos Salinas, terapeuta ocupacional del Centro Comunitario de Salud Mental y Familiar (Cosam) de la comuna de San Ramón.
“Si bien los pobres sufren los mismos trastornos emocionales que las personas de otras condiciones socioeconómicas, el padecimiento es más agudo: multiplicado por tres”, agrega Miriam Fuentes, sicóloga y directora de Cosam. “La pobreza conlleva hacinamiento, poco acceso a servicios, carencias e insatisfacción de necesidades básicas. Pero los mensajes que reciben en los medios de comunicación, les muestran un mundo con enormes riquezas, extraordinarios avances científicos y tecnológicos, sobreproducción de artefactos. Y, esto, ligado a una ideología que asocia la valoración personal con el éxito económico, el progreso material, la capacidad de compra o la posesión de cosas, no puede sino generar sus rollos”, indica la profesional.
El “asolismo”: sálvese quien pueda
En los sectores populares existe una pobreza heredada, lo cual provoca una cierta desesperanza aprendida. No tienen las herramientas necesarias para solucionar muchos de sus problemas; las redes sociales son débiles y el sentimiento de abandono es grande. Esta frustración se ha visto agudizada con el actual modelo económico: “Antes –afirma una trabajadora social que se desempeña en La Pintana- los pobladores tenían la ilusión de que organizándose podían conquistar derechos y construir una sociedad más justa. La gente se preocupaba porque percibía que era posible conseguir cosas, ya sea presionando al gobierno o movilizando sus propios recursos”.
Ahora, en cambio, tenemos una población desencantada, apática y sin motivación. El mensaje dominante ridiculiza la cultura popular, los valores y celebraciones de la gente sencilla. Se exaltan las imágenes de la sociedad de consumo, con sus malls, y se pierde el sentido de la gratuidad. Todo tiene precio. El poder, los recursos, la información y el conocimiento están concentrados en los estratos más ricos. El pobre siente una gran impotencia: no hay a quién demandar ni suficientes recursos para ayudarse mutuamente. Se le muestra que la única forma de superación en individual, a solas. Tiene que ‘sacarse la cresta’ trabajando; capacitarse en algo para vender su fuerza de trabajo al otro extremo de la ciudad. Y, para colmo, las condiciones laborales son deficientes y la seguridad de sus empleos se ve constantemente amenazada”.
Los Cosam
Estas circunstancias producen una multiplicación de los trastornos emocionales y enfermedades sicosomáticas. A las depresiones, angustias, neurosis y estrés, se suma la violencia intrafamiliar, la drogadicción y el alcoholismo, el embarazo adolescente y los trastornos de aprendizaje escolar.
Para superar en parte esta realidad, médicos, sicólogos y asistentes sociales han venido proponiendo sistemas terapéuticos que relacionen el tema de la pobreza con la salud mental. Desde 1990, en una acción concertada entre el servicio de salud pública y las municipalidades, se crearon los Centros Comunitarios de Salud Mental y Familiar. Sus objetivos son prevenir conductas que atenten contra la salud mental, efectuar atención secundaria mediante terapias y procurar la rehabilitación de los enfermos. Estos Cosam debían integrarse en las redes sociales de la comuna y difundir el tema de la salud mental, para que fuera incorporado por la gente y sus organizaciones.
Luis Weinstein, siquiatra, plantea la necesidad de incorporar el concepto de autogestión, es decir, que el objeto de estudio se transforme en sujeto y viceversa.
Las mujeres se atreven más
El Cosam de San Ramón conformó una red de salud mental local. Desde hace tres años realizan una feria de salud mental; la última fue sobre la violencia intrafamiliar. “Ahora las mujeres están más informadas, se atreven a pedir cosas, se mueven y quieren participar. Hay menos vergüenza y están más despiertas. Si el marido las maltrata, se atreven a echarlo o a exigirle que se haga un tratamiento”, contó Miriam Fuentes.
En la comuna de La Pintana, en cambio, el Cosam se disolvió, pero en su reemplazo fue creado un Programa de Salud Mental, dependiente de la dirección de salud de la municipalidad. La transformación se debió a que el Cosam estaba demasiado encerrado en sí mismo. No es la gente la que debe acercarse al centro, sino los equipos desplazarse hacia la población, como una manera de que los pobladores sean más partícipes. Para Carlos Salinas estas iniciativas de salud mental son demasiado débiles, pues no tienen una legislación que las proteja: “Están muy a merced de los vaivenes políticos y de los caprichos de las autoridades de turno. Aunque el financiamiento es compartido entre el municipio y el servicio de salud, son fondos sin ninguna seguridad, pues disputan con otros temas importantes, como la infraestructura comunal. Y como la salud mental no es fácil de cuantificar, queda fuera de las asignaciones ‘per cápita’”.
(Publicado en el canelo Nº 67, septiembre 1995. Sección Ágora, páginas 24 y 25)
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